Conociendo a...

Jesús de Nazaret

Capítulo 8. LAS BASES DE NUESTRO CONOCIMIENTO DE JESÚS

De Nazaret, el maestro, el profundo, el que emerge como eje central en el vasto corpus de escritos del Nuevo Testamento. Sin sus palabras que resonaron como ecos de sabiduría, sin sus acciones que desafiaron convenciones, sin su figura que se erige como faro en la oscuridad, nada de este complejo tapiz de escritos podría ser comprendido en su plenitud.

Hemos reflexionado ya sobre la compleja tela de los Evangelios, reconociendo que no todo relato sobre Jesús puede ser tomado como un hecho histórico irrefutable. Es una labor ardua y cautelosa, una "suerte de alquimia intelectual", reconstruir las líneas más esenciales de su vida, su mensaje y su ser. Este es un ejercicio vital para aquellos que deseen sumergirse en las profundidades del Nuevo Testamento y para aquellos inquietos por la pregunta primordial: ¿quién fue el verdadero arquitecto del cristianismo?

Esta fe, cuyas raíces se entrelazan con un acontecimiento histórico irrefutable, la existencia misma de Jesús, no mira con indiferencia las diversas imágenes que se esculpen de él. Los seguidores del camino de Cristo sostienen su fe en hechos tangibles, en un Jesús que vivió y murió de una manera precisa, marcando así el devenir de la humanidad.

El propósito de esta exploración es ofrecer un esbozo de los aspectos clave de la "noticia sobre Jesús" que se consideran seguros según los criterios históricos implícitos hasta ahora, y aquellos que más adelante se explicitarán. Nos movemos aquí en los límites de lo conocido, en los contornos que la investigación contemporánea ha delineado como casi universalmente aceptados. Este bosquejo, aunque humilde, no limita el brillo de futuras reflexiones que puedan iluminar esta imagen con nuevas tonalidades.

Así, presentamos los elementos esenciales de la vida y obra de Jesús de Nazaret, marcados por la mirada crítica de la historia y la sensibilidad del alma inquisitiva. Este resumen, en su sencillez, busca servir como punto de partida, como cimiento firme para una posterior comparación con la teología de Pablo y otros luminarios del Nuevo Testamento. En este diálogo entre el pasado y el presente, entre la historia y la fe, buscamos desentrañar la candente interrogante: ¿quién fue verdaderamente el artífice del cristianismo?

I. ¿EXISTIÓ JESÚS REALMENTE?

Para empezar, antes de adentrarnos en las profundidades de la vida y enseñanzas de Jesús de Nazaret, debemos abordar una pregunta básica que ha resonado a lo largo de los tiempos: ¿existió verdaderamente este hombre que ha impactado la historia y las creencias de tantos?

A lo largo de la historia de la investigación sobre Jesús, esta interrogante ha surgido una y otra vez, como un eco persistente que desafía nuestras percepciones. Es en los siglos XVIII, XIX y principios del XX donde diversos autores han cuestionado vehementemente la existencia de Jesús, partiendo de una crítica radical a los Evangelios, señalando sus divergencias y contradicciones como base para sus argumentos.

Los defensores que niegan la existencia de Jesús de Nazaret plantean una hipótesis intrigante: sugieren que los Evangelios son el resultado de un esfuerzo deliberado y engañoso por dar forma a un mito. Según esta visión, se ha construido una figura artificial a partir de un trasfondo mitológico religioso, difundiéndola como una historia fraudulenta, concebida por los evangelistas.

La teoría propuesta por estos autores sugiere que, en sus inicios, un ferviente seguidor religioso tomó prestada la figura de una divinidad mítica, un salvador entre tantos otros, de la atmósfera religiosa de la época. A través de sus proclamas, logró reunir a un grupo de seguidores. Posteriormente, según esta perspectiva, alguno de estos seguidores (representados literariamente por los evangelistas) intentaron darle forma gradualmente a este mito, otorgándole características cada vez más humanas y atrayentes. Así, al final de este proceso, emerge la figura de Jesús de Nazaret..., una figura que, según esta visión, es puramente literaria.

Como principal evidencia de este proceso de "historicización" de un mito, los detractores de la existencia de Jesús señalan no solo las divergencias y contradicciones de los textos evangélicos, sino también la aparente ignorancia de Pablo sobre los detalles de la vida terrenal de Jesús. Según ellos, Pablo apenas menciona aspectos concretos, salvo la institución de la eucaristía y la referencia a su muerte y resurrección.

Sin embargo, a partir de los años veinte del siglo pasado, el panorama de la crítica cambió drásticamente. Desde entonces, negar la realidad histórica de Jesús no se considera científicamente fundamentado debido a la cantidad de pruebas directas o indirectas sobre su existencia. Se acepta, entonces, su existencia como un hecho histórico, al tiempo que se reconoce que la interpretación de este hecho puede variar.

Los argumentos principales que respaldan la existencia histórica de Jesús son sólidos y dignos de consideración. Por un lado, se encuentran testimonios de historiadores externos al cristianismo, considerados totalmente fiables. Citando algunas fuentes pertinentes:

1. Tácito, en sus Anales 15,44,3, menciona a Jesús como aquel que "había sufrido la pena de muerte bajo el reinado de Tiberio, tras haber sido condenado por el procurador de Judea, Poncio Pilato".

2. Flavio Josefo, en sus Antigüedades de los judíos 20,20, habla del asesinato de Santiago, "hermano de Jesús llamado Cristo". Además, en Antigüedades 18,63, se encuentra el conocido "Testimonium Flavianum", que describe a Jesús como un "hombre sabio" que realizaba "hazañas sorprendentes", atrayendo a judíos y griegos por igual.

3. El Talmud de Babilonia, en Sanedrín 43a, menciona a Jesús como alguien ajusticiado por ser un "seductor del pueblo".

Estos testimonios, provenientes de fuentes variadas y a menudo hostiles al cristianismo, respaldan de manera contundente la realidad histórica de Jesús de Nazaret. Así, nos encontramos ante una figura cuya existencia está fuera de toda duda razonable, un hombre que dejó una marca indeleble en la historia y cuya influencia perdura hasta nuestros días.

En este fascinante recorrido por las aguas turbulentas de la historia y la fe, nos enfrentamos a la pregunta fundamental: ¿fue Jesús una realidad tangible en la historia? Acompáñanos en este viaje donde la investigación histórica se entrelaza con el misterio de la fe, en busca de respuestas que nos revelen la esencia misma del hombre que cambió el curso de la historia de la humanidad.

Sumergidos en el vasto mar de textos cristianos antiguos que orbitan en torno a la figura de Jesús, encontramos un rico tesoro de relatos que nos conectan con su legado. Entre estas joyas literarias destaca la figura de Pablo de Tarso, cuyos escritos contienen más información sobre Jesús de lo que a primera vista podría parecer. Sin embargo, brillan con luz propia los cuatro Evangelios canónicos y sus fuentes primigenias, como el enigmático "apocalipsis sinóptico" (Marcos 13) y la misteriosa fuente Q, cuyo trasfondo parece reflejar momentos de la tumultuosa crisis desencadenada durante el reinado del emperador Calígula (37-41 d.C.). Fue en ese tiempo turbulento cuando Calígula, con delirios de divinidad, pretendió erigir una imagen suya como deidad viviente en el mismísimo templo de Jerusalén, provocando así una crisis que solo encontraría su resolución con su fallecimiento. Por otro lado, las epístolas de Pablo nos ofrecen un atisbo de una tradición sobre Jesús que se remonta a los años 40 y 45 d.C., situándonos en un tiempo cercano a los eventos cruciales de la vida de este maestro itinerante.

Este rico tapiz de textos nos presenta la existencia de Jesús como un hecho casi incuestionable, rodeado de un halo de misterio y devoción que desafía cualquier intento de negación. El caso de Jesús se asemeja al de otras figuras históricas enigmáticas que pueblan las páginas de la antigüedad, cuya realidad aceptamos debido a las narrativas que nos han llegado. En la mirada crítica de hoy en día, resulta razonable e incluso imperativo aceptar la existencia histórica de Jesús, aunque también seamos conscientes de que su vida ha sido modelada y reinterpretada a lo largo de los siglos por las leyendas y las visiones teológicas de sus seguidores.

Los escritos del Nuevo Testamento nos presentan una constelación de figuras históricas que se entrelazan con la vida de Jesús y que son corroboradas por documentos externos al cristianismo. Personajes como Juan Bautista, Poncio Pilato y Herodes Antipas emergen de las páginas sagradas como testigos silenciosos de la época, añadiendo una capa de veracidad histórica a los relatos que nos llegan.

Las transformaciones y reinterpretaciones que los evangelistas realizan en la figura de Jesús nos revelan que están trabajando con el legado de un personaje real. Esta labor de moldear y dar forma a su vida nos sugiere que están tratando de capturar la esencia de un hombre que caminó por los senderos de Palestina. Si los evangelistas hubieran concebido a Jesús de la nada, sin duda no encontraríamos diferencias entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe. Ambos serían idénticos, sin matices ni contrastes. Las discrepancias entre estas dos visiones de Jesús, la histórica y la de fe, o los datos que parecen contradecirse, como señala la crítica académica, simplemente no existirían si Jesús fuera un mero arquetipo inventado por los primeros cristianos, moldeado a imagen y semejanza de las divinidades salvadoras del mundo helenístico.

Contemplar la existencia misma del cristianismo nos lleva inevitablemente a la figura central de Jesús. Sin él, este movimiento histórico y espiritual carecería de sentido y coherencia. Sería como intentar construir un castillo en el aire, lleno de teorías y conjeturas inacabables, tratando de explicar el nacimiento y la expansión de un cristianismo que se arraiga profundamente en las tradiciones y enseñanzas de un hombre que una vez caminó entre nosotros. Así, sumergirse en la historia y los textos que nos hablan de Jesús es adentrarse en los cimientos mismos de la fe del cristianismo primitivo.

II. FUENTES ANTIGUAS PARA RECONSTRUIR UNA VIDA DE JESÚS

Admitida, pues, la existencia de Jesús y antes de adentrarnos en el dibujo de su figura, es crucial precisar la consideración que merecen las fuentes disponibles para reconstruir su imagen. Estas fuentes, como vetustos tesoros desenterrados del pasado, nos invitan a una danza entre lo tangible y lo esquivo.

1. Fuentes no cristianas

Entre las páginas desteñidas de la historia, nos encontramos con las fuentes no cristianas que arrojan luz sobre la figura enigmática de Jesús. Sin embargo, son como destellos fugaces en la penumbra de los tiempos, escasas y esquivas en su revelación (cf. más arriba). Desde estas perspectivas externas al fervor cristiano, emergen algunas pinceladas sobre el hombre que cautivó a multitudes y desafió las estructuras del poder establecido. Estas fuentes, aunque fragmentarias, nos susurran verdades ineludibles. Desde la pluma de historiadores y cronistas, se entreteje el relato de un hombre que existió en las arenas del tiempo, un hombre considerado por unos como un ser prodigioso y por otros como un agitador de las masas. En estas breves líneas trazadas en el pergamino de la historia, vislumbramos la dualidad de Jesús: el profeta y el rebelde, el sanador y el perturbador. Uno de estos destellos nos lleva a las puertas del juicio, donde Poncio Pilato, figura de poder y autoridad en la Judea ocupada por Roma, sentenció al Nazareno como un individuo peligroso para la estabilidad del dominio imperial. Este acto, grabado en las crónicas de la época, revela una sombra de la verdad detrás de la crucifixión, un momento que resonaría a través de los siglos como un símbolo de sacrificio y redención.

2. Fuentes cristianas

a) ¿Podemos fiarnos de los Evangelios canónicos?

Del análisis de las fuentes cristianas se deduce que los textos más antiguos y relativamente «fiables» sobre Jesús son los Evangelios aceptados como canónicos. ¿Qué significa esto para nosotros? Pues bien, al sumergirnos en el vasto mar de información sobre la vida de Jesús, nos encontramos con tres Evangelios que se alzan como pilares: Mateo, Marcos y Lucas. Estos relatos, conocidos como los sinópticos, ofrecen una visión coherente y cercana de los eventos en la vida del Nazareno.

Luego, en segundo lugar y con cierta distancia, encontramos el Evangelio de Juan. Aquí, amigo lector, debemos caminar con precaución, como quien atraviesa un terreno desconocido. Aunque este Evangelio aporta riqueza teológica y detalles únicos, su enfoque nos invita a ser críticos y reflexivos.

Ahora bien, fuera de estos Evangelios canónicos, el panorama se vuelve escaso en cuanto a fuentes directas. Nos encontramos con algunas alusiones en las cartas auténticas de Pablo y referencias dispersas en otras obras del Nuevo Testamento. Aquí es donde, como navegantes en aguas turbulentas, debemos aferrarnos a las herramientas que nos ofrece la historia y la crítica textual.

Es vital recordar lo mencionado anteriormente, sobre el cuadro histórico e interpretativo que surge de aplicar los métodos histórico-críticos. Estos métodos («Historia de las formas» e «Historia de la redacción») la metodología de la historia antigua en general, como una brújula que guía nuestros pasos, nos ayudan a comprender la formación y la transmisión de estos relatos sagrados.

Sin embargo, surge una pregunta que late en el corazón de nuestra exploración: ¿Podemos confiar en los Evangelios? Aquí nos adentramos en un territorio complejo y fascinante. No basta con comparar los relatos entre sí, sino que también debemos adentrarnos en las tendencias de composición de cada Evangelio. Cada uno, en su singularidad, nos ofrece una perspectiva teológica y una óptica única que moldea los eventos que narra.

Es en esta travesía por los misterios de los Evangelios que debemos recordar que estos relatos son, ante todo, testimonios de una fe viva. Son obras que respiran la pasión y el fervor de aquellos que creían en el mensaje de Jesús. Por tanto, al explorar sus páginas, debemos ser conscientes de que estamos ante documentos que buscan inspirar y transmitir una verdad más profunda.

Así pues, nos aventuraremos junto a ti, querido lector, en las sendas de la perspectiva. Aquí te guiaremos para desentrañar las claves de lectura de cada Evangelio, recordando siempre que estos relatos, más allá de su valor histórico, son expresiones de una fe arraigada.

Por ahora, permítenos compartir contigo algunos ejemplos, destellos de luz en la oscuridad, que nos ayudarán a mirar con ojos críticos y perspicaces los relatos de los cuatro Evangelios canónicos. En estas breves muestras, buscamos ofrecerte una visión comparativa, una mirada panorámica que te invite a reflexionar y cuestionar. Así pues, en nuestras reflexiones, recordamos las palabras sabias de G. Bornkamm en su obra "Jesús de Nazaret":

No poseemos ni una sola «sentencia» ni un solo relato sobre Jesús —aunque sean indiscutiblemente auténticos—, que no contenga al mismo tiempo la confesión de fe de la comunidad creyente, o que al menos no la implique. Esto hace difícil o incluso lleva al fracaso la búsqueda de los hechos brutos de la historia

1. El primer ejemplo que invita a la reflexión y a la cautela se refiere al tema del bautismo de Jesús: el primer Evangelio, el de Marcos, presenta el hecho con relativa sencillez (la acción en sí, más algún elemento maravilloso):

Por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. No bien hubo salido del agua vio que los cielos se rasgaban... (1,9-10).

El siguiente evangelista en orden cronológico probable, Mateo, cae ya en la cuenta del problema teológico que suponía el que un ser sin pecado, Jesús, hubiera recibido el bautismo para remisión de los pecados por parte de Juan. Entonces enriquece la historia con un diálogo justificativo entre Juan Bautista y Jesús:

Entonces aparece Jesús, que viene de Galilea al Jordán donde Juan para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: «Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?». Respondióle Jesús: «Déjame ahora, pues así conviene que cumplamos toda justicia». Entonces lo dejó. Bautizado Jesús, salió luego del agua, y en esto se abrieron los cielos... (3,13-16).

Lucas, el evangelista siguiente, arregla aún más el cuadro. En primer lugar, antepone cronológicamente a la escena del bautismo de Jesús la encarcelación de Juan Bautista (3,19-20), de modo que cuando llegue para Jesús el momento de ser bautizado, Juan se halle en la cárcel. Implícitamente el lector debería obtener la consecuencia de que Juan no pudo bautizarlo. Inmediatamente después del encarcelamien­to, Lucas describe la escena del bautismo, sin nombrar a Juan:

Cuando todo el pueblo estaba bautizándose, bautizado también Jesús, y puesto en oración [añadido típico de Lucas], se abrió el cielo... (3,21).

El cuarto evangelista, Juan, omite por completo la escena del bautismo y se limita a referir el testimonio de Juan Bautista sobre Jesús:

Al día siguiente ve a Jesús venir hacia él y dice: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es por quien yo dije: Viene un hombre detrás de mí, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo...» (1,29-30).

Este testimonio se repite varias veces, pero nunca se menciona el bautismo (1,19ss; 1,36; 3,27). El lector puede observar cómo un problema teológico, el bautismo de un "hombre" que se piensa sin pecado, Jesús, se va acomodando por medio de una reelaboración progresiva de la historia, hasta llegar al Cuarto Evangelio, que evita el problema omitiéndolo. Su autor no sólo elude la cuestión, sino que pone en boca de Juan Bautista unas palabras sobre quién es realmente Jesús propias de su teología, es decir, sólo concebibles en momentos ulteriores de la vida del grupo cristiano, a saber, cuando ya era firme la creencia en la resurrección de Jesús.

2. El segundo ejemplo nos lleva a una parábola que Mateo y Lucas han tomado de la fuente Q (no está, por ende, en Marcos), donde podemos apreciar cómo cada autor moldea el texto a su manera. Vamos a sumergirnos en los pasajes de Mateo 22,1-14 y Lucas 14,16-24. Para hacer este ejercicio, el lector puede colocar ambos textos uno frente al otro, ya sea a través de una Sinopsis (como la de José Alonso y A. Vargas Machuca) o por cualquier otro sistema, como dos fotocopias enfrentadas. La lectura atenta sirve para mostrar cómo Mateo actualiza, modificándolas, las palabras de Jesús a la situación que vive su comunidad. El comentario que sigue es del citado Bornkamm:

Si se comparan las dos recensiones de la parábola de Jesús sobre el gran banquete (Mt 22,1-14; Lc 14,16-24) se constata que el relato de Lucas es diferente del de Mateo y ofrece a primera vista el texto más antiguo: un hombre rico invita a sus amigos a una comida pero los invitados se niegan a asistir, presentando excusas plausibles, pero fútiles.

Este relato, que en Lucas queda en el marco natural de una parábola, lleva consigo en Mateo rasgos alegóricos: el notable se ha convertido en un rey, la comida se transforma en un banquete de bodas para su hijo; los sirvientes (que son muchos) son maltratados y asesinados. Más aún, Mateo nos habla de soldados enviados por el rey irritado contra los invitados ingratos y asesinos, y de la destrucción de su ciudad. Inmediatamente se ve que ya no se trata en Mateo de una simple parábola. Cada rasgo debe ser interpretado en sí mismo: el rey es una metáfora corriente de Dios; el hijo del rey es el mesías; el banquete de boda evoca los tiempos mesiánicos; en el destino de los sirvientes reconocemos el martirio de los mensajeros de Dios durante la guerra judía y la destrucción de la ciudad: la catástrofe del 70 d.C. El antiguo pueblo de Dios convertido en rebelde es rechazado, y la divinidad convoca a un nuevo pueblo. Pero éste es todavía una agrupación de buenos y de malos, que marchan al encuentro del juicio y de la definitiva eliminación de los indignos...

Está claro que Mateo ha intercalado en la parábola original la historia misma de Jesús, la pintura de Israel y la de la primera Iglesia... La historia de la redacción nos enseña, en efecto, que ciertas palabras del Jesús terrestre (como el caso de la parábola del banquete) han recibido muy pronto una (nueva) forma, postpascual, y que inversamente palabras de Jesús resucitado se han convertido en palabras del Jesús terrestre.

3. Compárese Mt 9,18-34 con su base Mc 5,21-43. Respecto al texto de Mateo, la curación de la hija de Jairo y de la hemorroísa, puede observarse con distintos comentaristas que su tenor es muy creativo respecto a su base, Marcos. Por ejemplo, Mt ignora la torpeza de los discípulos y muestra a Jesús como omnisciente, es decir, con un conocimiento y un dominio absoluto de todo. Del ciego único de Mc 10,46-52 Mt hace dos ciegos, con lo cual el milagro es más sonado e importante.

4. Los cambios de Lucas respecto a su base, Mc o «Q», son muy numerosos. Con un poco de paciencia y la ayuda de la Sinopsis, el lector pude contrastar el texto de Lucas con sus correspondientes paralelos en 3,7; 4,14-30; 8,19-21; 9,21-22; 9,28-36; 9,51-56 (respecto a Jn 4,39-42); 10,38-42 (con Jn 11,1-44 y Jn 12,1-8); 13,6-9 (especialmente con Mc 11,12-14.20-23 y Mt 21,18-21: el caso de la higuera estéril se convierte en una parábola en Lc, la cual ofrece al árbol malo una nueva oportunidad de dar fruto antes de ser cortado); Lc 19,45-46; 21,33ss respecto a Mc 13,32; 22,24-30 respecto a Mc 14,27; 22,63-65.66-71; 23,33-46. Al estudiar y comparar detenidamente los textos mencionados del Evangelio de Lucas con sus paralelos, el lector se asombrará de la notable cantidad de cambios en sus fuentes que efectúa Lucas, sin que le quede claro en absoluto si tales cambios representan o no un acercamiento a la verdad histórica. De cualquier modo los textos paralelos tal como están no pueden simultáneamente ser verdad.

5. El relato de la pasión de Jesús aparece salpicado continuamente por citas del Antiguo Testamento. Este hecho obliga a sospechar razonablemente que algunos aconteci­mientos de la pasión más que acontecimientos reales puedan ser remodelaciones o incluso construcciones por parte de los evangelistas de sucesos que quizá ocurrieron, pero probablemente de otro modo. La remodelación se hizo para acomodar los hechos a las profecías disponibles: se interpreta cristológicamente los últimos momentos de Jesús por medio de las Escrituras. Es una hipótesis aceptable hoy que el texto de la Pasión es más bien un relato litúrgico, quizá una «liturgia cristológica» surgida en la comunidad de Jerusalén, la más cercana a los hechos, que comprime dramáticamente en pocos días lo que en realidad sucedió durante meses (probablemente de septiembre a abril).

6. Los estudiosos del Nuevo Testamento admiten hoy como evidente que la fe de los autores de los Evangelios fundió en sus obras nociones del culto «postpascual» a Jesús (es decir, después de que se creía firmemente que éste había resucitado) con la memoria histórica de la vida de éste. G. Theissen apunta (en su obra El Jesús histórico), entre otros los siguientes ejemplos:

El episodio de la pesca milagrosa aparece en Jn 21,1-14 como un relato pascual, y en Lc 5,1ss como un relato de vocación (de los discípulos en vida de Jesús).

En una aparición pascual de Jesús los discípulos temen estar «viendo un fantasma» (Lc 24,36-43). Mc ofrece el mismo tema cuando narra el milagro de Jesús caminando por el lago, episodio que en sus orígenes fue quizás una aparición de pascua (Mc 6,45-52).

Hch 13,33 cita Sal 2,7 («Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy») como prueba (por parte de un texto del Antiguo Testamento) de la resurrección de Jesús. En Mt 11,27 el Jesús terreno se presenta ya como el Hijo de Dios a quien el Padre ha entregado.

Según Jn 20,23 la facultad para perdonar los pecados es otorgada a los discípulos por Jesús resucitado; según Mt 18,18 por el Jesús terreno.

El envío de los discípulos es obra del Resucitado, según Jn 20,21, pero una sentencia de contenido similar aparece en Mt 10,40; Mc 9,37 y Lc 10,16 en boca del Jesús terreno.

7. Una lectura atenta de los Evangelios descubre divergencias y contradicciones notables entre ellos, que dejan al lector, a veces, totalmente atónito. Pondremos sólo un par de ejemplos que afectan a momentos esenciales de la vida de Jesús: su nacimiento e infancia y su resurrección.

7.a). Los relatos de la infancia de Jesús. Sin duda, estas historias tienen ciertamente puntos en común y coinci­dencias esenciales: los padres de Jesús son María y José; Jesús nació de un modo sobrenatural, por el Espíritu Santo; un ángel anunció este nacimiento y proclamó a Jesús salvador del mundo; Jesús nació bajo el reinado de Herodes. Pero todo el resto de la doble historia es bien diversa:

Las genealogías de Jesús son totalmente diferentes; todas las narra­ciones de Mateo sobre la adoración de los magos, la huida a Egipto con la matanza previa de los inocentes son desconocidas por Lucas. Y, a la inversa, todo lo que este evangelista cuenta sobre la concepción y anuncio del naci­miento de Juan Bautista, la visita de María a Isabel, los cantos del «Magnificat» y el «Benedictus», la visita de los pastores, la presentación de Jesús en el templo y las profecías de Ana y Simeón, son absolutamente ignora­das por Mateo. Estas ausencias son tan sorprendentes que algunos investi­gadores del siglo pasado llegaron a decir que estas narraciones evangélicas trataban de "dos Jesús" distintos, ¡cuyas respectivas historias fueron luego unidas! Pero esta hipótesis no tiene ningún sentido.

Detalles netamente contradic­torios en los relatos evangélicos del nacimiento e infancia de Jesús son:

— Según Lucas 1,26 y 2,39, María vive en Nazaret; su viaje a Belén se explica por la obligación de censarse. En Mateo, por el contrario, no hay indicación alguna de una venida a Belén, puesto que, según él, José y María viven ya en Belén donde tienen una casa.

— Lucas afirma que la familia se volvió pacíficamente a Nazaret, después del nacimien­to en Belén (2,22. 39). Pero esto es inconciliable con la explicación de que Jesús niño permaneció un tiempo largo en Belén y que luego tuvo que huir preci­pi­ta­damente de Palestina a Egipto por la persecución de Herodes que desembocó en la matanza de los inocentes.

— El relato de Mateo contiene un número notable de eventos públicos milagrosos que, de ser ciertos, debían de haber dejado algún rastro en otros documentos judíos o romanos del momento o, al menos, en el resto del Nuevo Testamento. Así el anuncio por toda Jerusalén del nacimiento del mesías, tanto que Herodes se asusta sobremanera; la estrella que se mueve desde Jerusalén a Belén y se posa sobre la casa; la salvaje reacción de Herodes con la matanza de los inocentes.

— La narración de Lucas no se queda atrás, pues menciona un censo universal que es muy improbable y describe la purificación de María y la presentación de Jesús en el templo de un modo que no casa con las costumbres judías del momento.

A tenor de estas observaciones, los estudiosos piensan que estas escenas de Mateo y Lucas no son histo­ria verdadera; son una reelaboración de otras narraciones del Antiguo Testamento. Por ejemplo: el relato de los magos que ven la historia del mesías descendien­te de David es una reelaboración de la historia de Balaán, también un mago del Oriente y profeta, que ve el ascenso de la estrella de Jacob (Nm caps. 22ss). Herodes que busca cómo liquidar a Jesús y la matanzas de los ino­cen­tes sería una aplicación a los tiempos primeros de Jesús de la historia del malvado Faraón que quiso acabar con Moisés niño y que mataba a los recién nacidos varones de los israelitas (Ex caps. 2ss). El sueño de José y la marcha a Egipto en el Evangelio de Mateo son semejantes a los del patriarca del mismo nombre, José, en el Libro del Génesis que también recibe las revelaciones divinas mientras duerme y es forzado a ir a Egipto. Por último, las descripciones de Lucas de Zacarías e Isabel, los padres de Juan Bautista, están tomadas casi al pie de la letra de la descripción del Antiguo Testamento de Abrahán y Sara.

No hay que extrañarse de este procedimiento para nosotros hoy tan singular que se ha denominado «historia teológica»: exis­tían en la Antigüedad muchos modelos y precedentes para ello. Una vez que pasados los años se conocía la grandeza de tal o cual personaje, se confec­cionaba a base de tradiciones más o menos fiables, o incluso de leyendas, una historia de su nacimiento en la que se ponían de relieve las circunstancias prodigiosas, maravillosas, divinas, del tal naci­miento. Así ocurrió con el rey persa Ciro (narración compuesta por Heródoto), con Alejandro Magno (por Plutar­co), o con el filósofo, predicador ambulante y taumaturgo Apolonio de Tiana (por Filóstra­to).

7.b). Los relatos de la resurrección. Los análisis de múltiples comentaristas han puesto de relieve entre otras las siguientes divergencias:

La recogida del cadáver de Jesús es concedida por Pilato (Mt, Lc, Jn); en Mc es el centurión quien otorga el permiso.

Las escenas, los personajes y las acciones de los momentos posteriores a la resurrección son diferentes, según cada evangelista:

— En Mc tres mujeres van a ungir el cuerpo de Jesús; no hay mención de ningún terremoto; la piedra de la entrada está ya removida; aparece un joven dentro del sepulcro; no hay mención de guardias romanos; las mujeres, a pesar de recibir un mensaje del joven (ángel), no avisan a nadie, por miedo.

— En Mt son dos las mujeres que van al sepulcro; se produce un terremoto; un ángel desciende del cielo, remueve la piedra del monumento funerario y se dirige a las mujeres anunciándoles la resurrección; los guardias romanos quedan como muertos; el sanedrín soborna a los soldados para que mientan.

— En Lc las mujeres son tres, pero la tercera no es Salomé (Mc) sino Juana; no hay mención del terremoto ni de los soldados romanos; en vez de un joven son dos los hombres que anuncian la resurrección; salvo la del camino de Emaús, sólo hay apariciones en Jerusalén; además no hay ninguna en Galilea; Pedro da testimonio de la resurrección.

— En Jn no hay visita de dos o tres mujeres al sepulcro, sino sólo de María Magdalena; ésta no va a ungir el cadáver de Jesús; avisa a dos apóstoles, Pedro y Juan, que corren a la tumba y certifican que está vacía; María Magdalena queda llorando fuera; se inclina hacia el sepulcro y ve a dos ángeles sentados a la cabecera y a los pies del lugar donde había estado el cuerpo de Jesús; éste se aparece a María Magdalena; no hay mención de terremoto ni de guardias.

Sorprende en extremo al lector cuidadoso que un suceso tan importante en la constitución del cristianismo primitivo como la resurrección de Jesús esté atestiguado de una manera tan confusa y contradictoria. ¿No interesó a la comunidad al principio reunir los testimonios más importantes y contrastarlos? ¿Fue la resurrección un evento de orden espiritual e íntimo de modo que cada uno de los testigos contó a su manera, tal como lo percibía?

8. Hay algunos casos en los que podemos estar totalmente seguros de que ciertas palabras puestas en boca de Jesús —sin duda por profetas cristianos primitivos— no pudieron ser pronunciadas por el Jesús histórico. Así, por ejemplo:

En la sentencia sobre el divorcio, en la versión de Mc (10,12), Jesús dice: «Y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio». La frase señalada con cursiva no aparece en los pasajes paralelos de Mt (19,9) y de Lc (16,18). Es altamente improbable que un maestro (rabino) judío, como era Jesús, la pronunciase, puesto que no está en concordancia con el derecho judío, según el cual sólo el varón puede repudiar (pedir y otorgar un divorcio) y nunca la mujer, quien únicamente padece el repudio. La frase parece, pues, un añadido de Marcos (o de un profeta cristiano) que actualiza un dicho auténtico de Jesús y lo complementa acomodándolo al derecho romano (donde la mujer sí tiene el derecho de pedir el divorcio).

La comparación entre Mt 23,34-36 (Jesús increpa a los habitantes de Jerusalén): «Serpientes, raza de víboras... Mirad: os voy a enviar profetas, sabios y escribas; a unos los mataréis y los crucificaréis, a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad, para que recaiga sobre vosotros la sangre... Yo os aseguro: todo esto recaerá sobre esta generación») y el pasaje paralelo de Lc 11,49 (Jesús increpa a fariseos y doctores de la ley: «¡Ay de vosotros que edificáis los sepulcros de los profetas que vuestros padres mataron!... Por eso dijo la Sabiduría de Dios: Les enviaré profetas y apóstoles, y a algunos los matarán y perseguirán para que se pidan cuentas a esta generación...») pone de relieve sin duda alguna que Mateo ha modificado una sentencia original de la «fuente Q» : identifica a Jesús como la Sabiduría divina, y pone en boca de éste un añadido a las palabras recogidas por Lucas en las que se refleja sin duda lo que pasó más tarde, ya muerto el Nazareno, entre los judeocristianos y los judíos que persiguieron y expulsaron de las sinagogas a los creyentes judíos en el mesías Jesús.

La promesa de Jesús de Mt 18,20 («Donde están reunidos dos o tres en mi nombre, allí estaré yo en medio de ellos») es interpretada casi unánimemente como un dicho del Jesús ya resucitado (por tanto, pronunciado por un profeta cristiano que habla en nombre de Jesús porque posee su Espíritu) puesto en boca del Jesús terreno.

El Jesús de Marcos en 9,41 habla de «pertenecer a Cristo». Es claro que el evangelista ha modernizado, o puesto en boca de Jesús un lenguaje propio de la Iglesia posterior.

Hay muchos casos más que se hallan en los comentarios al uso de los Evangelios, por lo que no es necesario repetirlos aquí. Espontáneamente se plantea el problema siguiente: bastaría con que resultaran probados como ciertos unos cuantos casos de este estilo para que surjan de inmediato las dudas sobre dónde poner el límite a esta intervención de los profetas cristianos primitivos en la transmisión de las palabras de Jesús. De hecho surgen las dudas de los historiadores a la hora de decidirse en pro o en contra de la historicidad en todas y cada una de las perícopas evangélicas.

9. El contenido de algunos relatos de milagros relacionados con Jesús presenta una fuerte carga legendaria que desafía nuestra aceptación literal de los eventos. Ejemplos claros de estos relatos pueden encontrarse en la transfiguración (Marcos 9:2-8 y paralelos), el caminar sobre las aguas y la calma de la tempestad (Mateo 14:22-33), la voz celestial que se escucha en el bautismo (Marcos 1:9-11 y paralelos), y las multiplicaciones de panes y peces (Marcos 6:30-44 y paralelos).

Estos relatos milagrosos, aunque desafiantes desde una perspectiva histórica, ofrecen profundas enseñanzas y revelaciones teológicas sobre la identidad y el propósito de Jesús. Al analizarlos desde un punto de vista académico, es evidente que elementos como la transfiguración, el caminar sobre el agua, y las multiplicaciones de alimentos están imbuidos de simbolismo y significado más allá de lo meramente factual.

Por ejemplo, la transfiguración, donde Jesús se muestra en su gloria divina junto a Moisés y Elías, puede interpretarse como una revelación anticipada de su resurrección y su papel como el Mesías esperado. De manera similar, el relato del caminar sobre las aguas y la calma de la tempestad ilustra el poder divino de Jesús sobre las fuerzas de la naturaleza y su capacidad para traer paz y seguridad en medio de las tormentas de la vida. En cuanto a la voz celestial en el bautismo de Jesús, este evento marca el comienzo público de su ministerio y su identificación como el Hijo amado de Dios. Aunque la descripción pueda llevarnos más allá de los límites históricos, su significado teológico es profundo y revelador. Finalmente, las multiplicaciones de panes y peces, aunque desafiantes desde una perspectiva física, simbolizan la generosidad divina, la provisión abundante de Dios y la capacidad de Jesús para satisfacer las necesidades espirituales y físicas de la multitud.

10. Por último: los Evangelios contienen errores históricos comprobables, como demuestra el contraste con fuentes fidedignas externas a ellos. Entre otros se han señalado los siguientes:

En Mc 6,17 aparece Herodías, la madre de la famosa Salomé (la de la danza de los siete velos), como mujer anterior de Filipo, antes de casarse con Herodes Antipas. La realidad es que Filipo fue el marido de Salomé, por tanto Herodías fue su suegra. Ésta fue la mujer anterior de otro hermano de Herodes Antipas, mayor que él e hijo de otra madre diferente, llamado simplemente Herodes o Herodes Boeto (no Herodes Filipo, que nunca existió con este nombre).

En Lc 2,1 se afirma que en tiempos de Herodes el Grande (es decir, antes del 4 a.C., fecha en la que murió este rey) hubo un censo universal ordenado por Augusto, siendo gobernador de Siria Cirino o Quirinio. Ahora bien, no hay constancia de tal censo universal en ningún documento del Emperador, y tampoco es probable que se hubiera producido, dado que Herodes tenía el rango de rey «socio y amigo del pueblo romano», por lo que un censo en su territorio por parte de Augusto hubiera lesionado sus derechos. Cirino fue gobernador de Siria, más tarde. La inmensa mayoría de los investigadores cree que Lucas se refiere «de oídas» al censo de Quirinio del 6 d.C., por tanto unos diez años después del nacimiento de Jesús.

En la continuación del tercer Evangelio, en Hch 5,36-37, Lucas presenta al rabino Gamaliel (hacia el 36 d.C.) mencionando ya la revuelta de un tal Teudas, que ocurrió de hecho más tarde, hacia el 40-46 d.C. Luego afirma que «posteriormente se levantó Judas en los días del censo» como si este último viniera cronológicamente después de Teudas. Pero de hecho ese Judas vivió unos cuarenta años antes.

También Lucas, en 23,44, explica las tinieblas a la hora de la muerte de Jesús como un eclipse del sol («Al eclipsarse el sol, la oscuridad cayó sobre la tierra»). Según datos astronómicos, sin embargo, no hubo ningún eclipse de sol en Palestina durante los meses de la Pascua desde el 30 al 36 d.C., años entre los que debió ocurrir la muerte de Jesús (sólo hubo uno el 29 de noviembre en el año 30 o 33, según los cómputos).

A éstos pueden añadirse errores geográficos evidentes o indicaciones absolutamente improbables como la de Lc 17,11-19 (curación de los diez leprosos), donde la acción transcurre en la frontera entre Samaría y Galilea, siendo así que desde 9,51 Jesús está de viaje a Jerusalén y en 9,52 unos mensajeros suyos entran en un pueblo samaritano para prepararle alojamiento. En Mc 7,31 hay un error muy sonado que indica que su autor debía conocer poco la geografía de Palestina y alrededores. Dice así: «Jesús marchó de la región de Tiro y vino de nuevo por Sidón al mar de Galilea atravesando la Decápolis». Ahora bien, si se consulta un mapa de Palestina y Siria se verá en seguida que tal camino es imposible, puesto que de Tiro al mar de Galilea es dirección sureste, mientras que Sidón está ubicada bastante al norte de Tiro. Además, desde Tiro al Lago no hay que atravesar la Decápolis que queda al sureste del Lago.

El conjunto de estas observaciones, cada una ilustrada con ejemplos, debe poner en claro ante el lector que el análisis y la crítica serena y objetiva son necesarios a la hora de desentrañar el núcleo de verdad que hay detrás de las narraciones evangélicas. No supone esta afirmación en absoluto el mantenimiento de ninguna postura radical. Sin duda alguna, los Evangelios son documentos históricos. Pero no sólo eso. Como documentos históricos contienen mil detalles absolutamente fiables sobre los dichos y hechos, sobre la figura e importancia de Jesús de Nazaret. Pero como documentos de divulgación de una fe contienen, además, otra serie de rasgos que no son históricos.

Es tarea de la crítica y del análisis ponderado y sereno separar unos elementos de otros de modo que reluzca lo que puede afirmarse con certeza histórica que es verdadero. Por consiguiente, a la pregunta que se formulaba al principio de este apartado «¿Podemos fiarnos de los Evangelios?» puede responderse: sí, pero con las debidas cautelas. En cada caso, en cada dicho, sentencia o hecho de Jesús, hay que aplicar una serie de herramientas e instrumentos de crítica literaria e histórica que nos permitan estar seguros, en cuanto es posible en la ciencia de la historia, de que lo que tomamos por cierto tiene todas las garantías de serlo.

b) Los Evangelios apócrifos

Otra cuestión especial es la que plantean los Evangelios apócrifos. Hay ciertos grupos de cristianos un tanto marginales que afirman que la Iglesia oculta deliberadamente la imagen de Jesús de dichos Evangelios apócrifos, sencillamente porque no le interesa por taimadas razones, o porque la lectura atenta de éstos puede hacer que caigan ciertas ideas sobre Jesús que perturbarían la imagen tradicional. Por ello parece lícito preguntarse: ¿pueden deducirse de los Evangelios apócrifos datos fidedignos para reconstruir la imagen de Jesús? La respuesta puede ser contundente. En primer lugar: la Iglesia no tiene el más mínimo interés en ocultar los Evangelios apócrifos tal como han llegado hasta nosotros. Todas las ediciones modernas de ellos tienen el visto bueno de la Iglesia. Otra cosa fue en los siglos iv al vii en los que se libró una batalla por la ortodoxia en la que muchos apócrifos perecieron o fueron alterados. Si a la Iglesia no le hubieran parecido casi inocuos los restos que han llegado hasta nosotros, apenas si conservaríamos hoy fragmentos dispersos de los Evangelios apócrifos. Dicho esto, salvo contadísimas y muy discutidas excepciones (Evangelio de Pedro; Evangelio de Tomás, Papiro Egerton 2; Papiro de Oxirrinco 840), los Evangelios apócrifos en su forma actual no nos proporcionan informaciones fiables sobre Jesús.

Las razones son fundamentalmente dos:

Primero, estos textos son casi todos muy tardíos e intentan ofrecer datos sobre aspectos de la vida de Jesús que al principio del cristianismo carecían de interés y que, por tanto, se perdieron. La mayoría de estos Evangelios fue compuesta a partir del 150 d.C., es decir, más de cien años después de la muerte de Jesús. La falta de datos es suplida por la imaginación de sus autores. Los Evangelios apócrifos están llenos de exageraciones inverosímiles, historietas y leyendas evidentes, imposibles de aceptar como históricas por cualquier historiador.

Segundo, estos apócrifos son casi todos textos secundarios, es decir, al menos en la redacción que ha llegado hasta nosotros están influenciados o dependen de algún modo de los Evangelios canónicos. No tienen, pues, información de primera mano. Algunos otros Evangelios apócrifos independientes, pertenecientes a escuelas teológicas distintas a las de los evangelistas canónicos, o heréticas, parecen recoger sólo tradiciones legendarias que favorecen sus puntos de vista teológicos. Respecto a los Evangelios apócrifos mencionados hace un momento (Evangelio de Pedro, de Tomás, etc.) hay que manifestar que es hoy opinión casi unánime que pueden contener alguna información fidedigna sobre el Jesús histórico. Pero para alcanzarla es aún más necesaria si cabe una gran labor de crítica y tamización de tales textos. En general puede decirse también que se utilizan sobre todo para corroborar ciertas informaciones obtenidas de los textos más antiguos, los Evangelios canóninicos.

En Busca de Indicios: Jesús y los Rollos del Mar Muerto

En esta ocasión, nos adentramos en una cuestión que ha despertado la curiosidad de muchos cristianos contemporáneos: ¿qué pueden revelarnos los textos de Qumrán sobre Jesús? Aquí dejamos de lado la discusión sobre si se han descubierto copias de los Evangelios en Qumrán (un tema previamente abordado en otras ocasiones). Nos enfocamos en si los escritos propios de la secta esenia de Qumrán contienen o no detalles adicionales sobre la figura de Jesús. A esta interrogante podemos responder con claridad: los manuscritos de Qumrán no contienen ninguna información sobre Jesús ni sobre los primeros años de la Iglesia.

Existen dos razones fundamentales para esto: en primer lugar, los manuscritos del Mar Muerto fueron redactados antes del inicio de la vida pública de Jesús. En segundo lugar, Jesús no era parte de la comunidad esenia de Qumrán, ni sus seguidores tampoco lo eran. Por lo tanto, los esenios de Qumrán no tendrían motivos para interesarse en el movimiento cristiano hasta después de la destrucción de su asentamiento en el año 68 d.C.

Es importante considerar los datos proporcionados por los propios textos de Qumrán, la evidencia arqueológica y los estudios de cronología de los manuscritos. No se debe prestar atención a obras modernas que interpretan arbitrariamente los escritos del Mar Muerto como una especie de historia oculta, en clave para iniciados, del cristianismo primitivo.

Las obras que han intentado difundir esta idea suelen caer en el sensacionalismo. Entre ellas, destaca "El Escándalo de los Rollos del Mar Muerto" de M. Baigent y R. Leigh (Martínez Roca, Barcelona, 1992), que quizás sea la más conocida. Otras obras menos populares, como las de B. Thie­ring ("Jesús y el Enigma de los Rollos del Mar Muerto. Descubrimiento de los Secretos de su Vida", San Francisco, 1992) y R. Eisenmann y M. Wise ("Jesús y los Cristianos Primitivos. Los Rollos del Mar Muerto Descifrados", edición alemana, Munich, 1993), promueven ideas similares.

Sin embargo, es necesario señalar, siguiendo la investigación de H. Stegemann ("Los Esenios, Qumrán, Juan Bautista y Jesús", Trotta, Madrid, 1996, 22ss), que estas obras se basan en tres afirmaciones claramente falsas:

La primera afirmación falsa es que hasta 1991 solo se había presentado al público el 25% del material de Qumrán. La verdad es que para ese momento se había publicado el 80% de los textos, aunque los periodistas y autores parecen haber pasado por alto estas ediciones. De hecho, para 1970, ya se había publicado más del 90% de los textos más amplios e importantes que afectan directamente la comprensión del Nuevo Testamento y el cristianismo primitivo.

La segunda afirmación falsa es que el retraso en la publicación de los manuscritos se debió a las maquinaciones del Vaticano, supuestamente desinteresado en que salieran a la luz los textos para no poner en peligro "el negocio eclesiástico". En realidad, la edición de los textos estuvo a cargo tanto de investigadores católicos como protestantes o agnósticos (de los siete miembros del equipo original de edición, solo tres eran católicos). Además, el Vaticano nunca tuvo control físico sobre los manuscritos, por lo que no tenía influencia para impedir su publicación. El retraso en la edición se debió más bien a circunstancias personales de los investigadores o a problemas técnicos.

La tercera afirmación falsa es que muchos de los textos de Qumrán pertenecen a la época cristiana y, por tanto, deben interpretarse bajo esta luz para descubrir la historia secreta del cristianismo primitivo. Sin embargo, los estudios paleográficos (análisis de los estilos de escritura de los escribas) confirman de manera irrefutable que la mayoría de los manuscritos de Qumrán son anteriores al cambio de era, y todos ellos previos al año 50/60 d.C. Esto descarta la posibilidad de que revelen información sobre Jesús o el cristianismo primitivo, que se desarrollaron posteriormente en el tiempo.

En resumen, los manuscritos del Mar Muerto no proporcionan información directa y explícita sobre el Jesús histórico ni sobre el cristianismo en sus primeros años. Su valor radica en ofrecer un vistazo único a la vida y pensamiento de una comunidad antigua, pero su relación con el cristianismo es más bien indirecta y requiere de un análisis cuidadoso y objetivo.

III. TRES TIPOS DE FIGURAS DE JESÚS

Admitida, pues, la historicidad básica de la figura de Jesús y que las fuentes principales para reconstruir su vida son los Evangelios canónicos, sobre todo los Evangelios sinópticos, la moderna investigación ha distinguido tres figuras de éste: el Jesús de hecho, el Jesús histórico y el Jesús de los Evangelios:

1. El Jesús de hecho estaría dibujado por una relación de «todo lo que nos puede interesar sobre él: fecha exacta de su nacimiento y muerte, detalles reveladores sobre su familia y parientes, cómo se llevaba con ellos y cómo creció, cómo y dónde ejerció su oficio antes de su vida pública, qué aspecto tenía, cuáles eran sus preferencias respecto a la comida y la bebida, si se ponía o no enfermo de vez en cuando, qué humor tenía y si los habitantes de Nazaret lo consideraban su amigo o hasta qué punto lo apreciaban, etc.» (Brown, 166) De esto nada nos dicen los Evangelios, por lo que toda reconstrucción de tales datos es absolutamente aventurada, y en la mayoría de los casos fantasiosa.

2. El Jesús histórico es «una reconstrucción erudita basada en una lectura bajo la superficie de los Evangelios que los despoja de todas las interpretaciones, amplificaciones y desarrollos que pudieron haber tenido lugar en los treinta a setenta años que separaron el ministerio público y la muerte de Jesús de los Evangelios escritos» (Brown, 166-167).

3. El Jesús de los Evangelios se «refiere al retrato dibujado por el evangelista. Procede de una disposición muy selectiva del material sobre Jesús con el fin de promover y fortalecer una fe que acerque a las personas más a Dios» (Brown, 167).

El Jesús que nos interesa en esta parte de la guía es el segundo. A pesar de las dificultades que encierran los Evangelios como obras históricas, podemos estar seguros de obtener de ellos ciertas informaciones fidedignas sobre Jesús. El análisis comparativo y minucioso de los datos que nos ofrece la triple tradición sinóptica (Mateo - Marcos - Lucas), la información fiable que puede obtenerse cuando se encuentran datos muy antiguos en el Cuarto Evangelio —datos todos que de algún modo no han podido sufrir retoques «posteriores»—, más lo que podamos inferir de un conocimiento del marco histórico, geográfico, político, religioso y social donde se desarrolló la actividad de Jesús —Judea y Galilea del siglo I— son la base de esta reconstrucción (cap. 9).

IV. CRITERIOS PARA JUZGAR LA AUTENTICIDAD DE LAS TRADICIONES SOBRE JESÚS

Desde que comenzó la investigación histórica sobre Jesús con H. S. Reimarus, el historiador aplica una serie de reglas o criterios para discernir lo antiguo (perteneciente al Jesús histórico) de lo más moderno (interpretaciones, retoques o añadiduras de las comunidades cristianas) en la figura de Jesús presentada por los Evangelios. Estos "criterios" son como normas u orientaciones filológicas a las que debe atenerse todo investigador, pues le ayudan a ir construyendo un conjunto seguro. Veamos algunos de los principales:

Criterio de desemejanza o disimilitud: ciertos dichos y hechos de Jesús pueden considerarse auténticos si se demuestra que no pueden derivarse de, o son contrarios a concepciones o intereses del judaísmo antiguo o del cristianismo primitivo. En otras palabras, si lo que se dice de Jesús va en contra de lo que las comunidades cristianas posteriores pensaban sobre él, es probable que sea auténtico. Por ejemplo, cuando en los Evangelios se menciona que Jesús se enfadó muchísimo en cierta ocasión (Marcos 1,41), esto contradice la imagen de Jesús como ser puramente manso y sereno. Este tipo de detalles sugiere autenticidad histórica.

Criterio de dificultad: es probable que una tradición proceda del Jesús histórico cuando causa muchos problemas a la Iglesia posterior. Por ejemplo, el bautismo de Jesús por Juan Bautista planteaba problemas teológicos para la Iglesia primitiva, ya que Jesús, siendo Dios y sin pecado, fue bautizado como un pecador para la remisión de los pecados. Esta historia molesta sugiere autenticidad histórica.

Criterio de atestiguación múltiple: se consideran auténticos aquellos dichos o hechos de Jesús que están respaldados por diversas fuentes y tradiciones, como la fuente Q, Marcos, material propio de Mateo o Lucas, así como tradiciones especiales recogidas por Juan u otras fuentes exteriores al Nuevo Testamento. Por ejemplo, la predicación del reino de Dios como tema central de la actividad de Jesús está presente en diversas fuentes y géneros literarios, lo que respalda su autenticidad.

Criterio de coherencia o consistencia: se acepta como auténtico de Jesús aquello que es coherente con lo establecido como auténtico por los otros criterios mencionados anteriormente. Por ejemplo, el uso por parte de Jesús del término "Abbá" (Padre en arameo, en tono familiar) para referirse a Dios se relaciona con su enseñanza sobre la cercanía de Dios al ser humano.

Estos criterios son valiosos para discernir la figura del Jesús histórico de las interpretaciones posteriores. Sin embargo, es importante tener en cuenta que no pueden aplicarse de manera rígida, ya que Jesús debe entenderse dentro del contexto histórico, social, político, económico y religioso de Israel/Palestina en su tiempo.

Por tanto, además de estos criterios, se ha propuesto un criterio de plausibilidad histórica. Este criterio sugiere que es histórico aquello que encaje con los datos obtenidos por medio de los criterios anteriores y contribuya a situar plausiblemente a Jesús en su contexto y coordenadas judías. Además, lo que explique situaciones peculiares del cristianismo primitivo, influenciado por Jesús, también se considera histórico.

Estos criterios, aunque valiosos, deben equilibrarse con un entendimiento del contexto en el que Jesús vivió y enseñó. En el siguiente capítulo, presentaremos una síntesis de lo que, en nuestra opinión, se puede saber razonablemente del Jesús histórico, basado en el consenso de estudiosos independientes durante más de doscientos años de investigación.