«Apocalipsis»

El Libro del...

Capítulo 26. EL APOCALIPSIS EL PROBLEMA DE LAS RELACIONES CON EL ESTADO

Este libro, el Apocalipsis, se destaca como una obra singular dentro del Nuevo Testamento. Ha sido una fuente de consuelo para muchos, pero también un motivo de controversia para otros desde los primeros días del cristianismo, especialmente debido a sus ideas sobre el fin del mundo y la creencia en un reino paradisíaco de mil años en la tierra. Para algunos, ha sido una herramienta para predecir el fin del universo y la civilización actual, sin considerar su contexto como un escrito dirigido específicamente a la generación contemporánea del autor.

Por otro lado, algunos lo han utilizado para oponerse absolutamente a cualquier forma de autoridad civil, ya que el Apocalipsis cuestiona la afirmación de que toda autoridad proviene de Dios, como se establece en Romanos 13. Para comprender adecuadamente esta obra, es importante considerar que se conecta con otros personajes y pasajes apocalípticos presentes en todo el Nuevo Testamento: las palabras de Jesús, las enseñanzas de Pablo (como en 1 Tesalonicenses 4-5), los relatos de los evangelistas (que incluyen Marcos 13 y paralelos), así como los escritos de la escuela paulina (como en 2 Tesalonicenses 2,12 y siguientes), y las Cartas católicas (como en 1 Juan 2,18; y la defensa de la parusía en 2 Pedro), los cuales se recomienda al lector revisar para sumergirse adecuadamente en la atmósfera que rodea a este libro.

1. Ambiente espiritual que condujo a la composición del Apocalipsis

Es recomendable que el lector tenga presente la visión histórica general ofrecida en el capítulo 5, especialmente en lo que respecta a las expectativas mesiánicas hasta el gobierno de los Asmoneos/Macabeos, así como el de Herodes el Grande y sus sucesores.

Estos reinados representaron un fracaso significativo en el ámbito religioso. A pesar de que todas las condiciones externas parecían propicias para que la Ley se convirtiera en la norma absoluta de Israel, esto no ocurrió. En lugar de eso, se produjo una gran decepción y surgieron ciertos comportamientos sectarios que intentaban abordar la situación. Entre estos, se consolidaron los peligrosos celotas.

Otros acontecimientos del siglo I, como el intento de Calígula de erigir una estatua suya en el altar del templo de Jerusalén y la terrible matanza de judíos en Alejandría en el año 38 d.C., contribuyeron a intensificar el clima apocalíptico que alcanzó su punto álgido con el conflicto entre judíos y gentiles durante la Gran Revuelta contra Roma.

Sin embargo, la corriente apocalíptica que vislumbraba la resolución final de todos estos problemas, con la expectativa puesta en el gobierno divino sobre Israel, nunca se manifestó como una secta concreta, como sucedió con los fariseos o los esenios. Más bien, fue una atmósfera o tendencia que permeaba el pensamiento teológico de casi todos los grupos, aunque en diferentes grados, y cuyo caldo de cultivo eran las esperanzas mesiánicas.

A lo largo de todo el siglo I d.C., en la época de Jesús y los primeros cristianos, estas expectativas se cristalizaron firmemente en Israel. Los cristianos heredaron completamente estas esperanzas mesiánicas, ya que su líder, Jesús de Nazaret, había hecho del advenimiento inminente del reino de Dios —una forma de mesianismo— el núcleo de su enseñanza y actividad.

Tras la muerte de Jesús y la creencia firme de sus discípulos en su resurrección, se anticipaba con gran convicción su regreso como el mesías definitivo, enviado por Dios para establecer su Reino y llevar a cabo el juicio contra los pecadores. Inicialmente, se esperaba que esto ocurriera de manera inmediata. Sin embargo, conforme pasaron los días y los años, a finales del siglo I de nuestra era, estas esperanzas en el retorno de Jesús se calmaron en algunos grupos cristianos, pero en otros no solo persistieron, sino que se intensificaron.

La persecución de los cristianos bajo el gobierno de Nerón en Roma, aunque limitada, provocó una gran efusión de sangre, mientras que la guerra judía, con sus cruentas batallas y su devastador desenlace con la destrucción de Jerusalén y el Templo en el año 70 d.C., llevó a muchos cristianos a creer que el fin estaba próximo. Estos eventos fueron interpretados como los signos anunciados por Jesús y los profetas cristianos de que la liberación estaba cerca (Marcos 13 y paralelos).

A este deseo del retorno de Jesús se sumaba un claro sentimiento de desprecio hacia el Imperio romano, que no solo perseguía a los cristianos, sino que, bajo el gobierno de Nerón, comenzó a oponerse activamente al culto de Cristo.

En el año 81, ascendió al trono imperial el más joven de los hijos del emperador Vespasiano, Domiciano de nombre. Era éste un joven arrogante, competente en la administración, pero extremadamente seguro de sí mismo y celoso de su autoridad como líder del vasto Imperio Romano. Principalmente fuera de Italia, en las provincias y especialmente en Asia Menor, Domiciano mostró interés en que el culto a su persona como Emperador y a la diosa Roma fuera practicado por todos los súbditos como una norma. En su opinión, esto contribuiría a cohesionar y establecer una estructura firme, tanto religiosa como política, en un Imperio compuesto por una variedad tan grande de pueblos.

Para una población pagana y politeísta, rendir culto a la diosa Roma y al Emperador, visto como la encarnación en la tierra de la divinidad suprema que protegía el Imperio, no representaba ningún conflicto. Simplemente se añadía un dios más al panteón existente. Aunque se adoraba al Emperador, los dioses familiares seguían teniendo prioridad. Sin embargo, esta situación no era aceptable para los cristianos, quienes habían heredado del judaísmo un estricto monoteísmo.

Resultaba totalmente imposible para ellos adorar al Emperador y a los dioses tutelares del Imperio, ya que esto iba en contra de su creencia en una única divinidad. Cuando el emperador o sus representantes en las provincias promovían este culto estatal, los cristianos se negaban rotundamente, lo que los colocaba en una posición contraria a la ley. Por ende, podían ser objeto de odio y persecución.

Esto parece haber ocurrido en Asia Menor, quizás durante el reinado de Domiciano. A juzgar por lo que sucedió posteriormente, hacia el año 110 durante el reinado de Trajano, y por el clima de persecución que se refleja en la Primera Epístola de Pedro, es probable que los ataques contra los cristianos en Asia Menor hayan comenzado en tiempos de Domiciano, aunque no se tratara de una persecución generalizada. Aparentemente, hubo denuncias, juicios y la negativa de los cristianos a adorar las estatuas del Emperador y de la diosa Roma, lo que resultó en condenas a diversos castigos. En algunas regiones, la situación empeoró debido a la actuación de ciertos gobernadores, y la sangre de los cristianos fue derramada como resultado.

Durante los turbulentos tiempos de la era de Domiciano, quizás más marcados por las preocupaciones por lo que se temía en el futuro inmediato que por lo que ocurría en el presente, un personaje destacado llamado Juan, predicador del Evangelio y prominente profeta entre los cristianos, probablemente fue desterrado por motivos religiosos a una de las islas del mar Egeo, un destino comúnmente reservado por los romanos para deshacerse de elementos políticos molestos sin condenarlos a muerte.

En este lugar de destierro, Juan experimentó una serie de visiones. Vio cómo el mundo estaba bajo el dominio de poderes satánicos, una situación que Dios permitía como parte de su plan para la libertad humana y la salvación de la humanidad. También vislumbró el acercamiento del fin del mundo de acuerdo a este plan divinamente trazado en las Escrituras, siempre que se interpretaran correctamente. Este plan divino ya no se centraba en la restauración del Israel material, sino en el triunfo definitivo del Israel espiritual, es decir, los cristianos.

Los dolores de parto mesiánicos, que representaban las dificultades previas al triunfo del Mesías, ya habían comenzado, lo que indicaba un final inminente del mundo y de la historia. Juan recibió este conocimiento del plan divino por medio de revelación, y la descripción de cómo se desarrollarían las diversas escenas de este triunfo de Dios y su Mesías, Jesús, constituye el núcleo del Apocalipsis.

La lectura de estas visiones en las reuniones de los cristianos en Asia Menor, y en todas las demás iglesias si era posible, serviría para fortalecer a las comunidades desoladas frente a la persecución presente o inminente, y para consolarlas con la esperanza de que el final y la recompensa estaban cerca: un final glorioso, espléndido y triunfal. La historia se revelaba como un drama cuyo desenlace estaba al alcance. En este drama, Dios y el verdadero Israel eran los protagonistas, mientras que el antagonista era Satanás con todas sus fuerzas y aliados, siendo el principal de estos la odiada Roma.

Al final, el Diablo y sus seguidores perderían la batalla por completo, siendo aniquilados por Dios y su Hijo. Sus verdaderos adoradores, los cristianos, triunfarían con ellos y recibirían la deseada recompensa.

2. Otras claves de lectura del Apocalipsis

Para describir el desenlace de la historia, el autor emplea todos los símbolos arraigados en su cultura judía, especialmente aquellos derivados de las Escrituras sagradas, tal como los interpreta. El Apocalipsis se revela intrínsecamente vinculado al Antiguo Testamento, particularmente al Libro del Éxodo y a los profetas Daniel, Ezequiel, Isaías y Zacarías.

* El autor amalgama los dos niveles en los que se desarrolla el clímax entre Dios y Satanás: el celestial y el terrenal. Desde una perspectiva literaria, el desarrollo del Apocalipsis se despliega como un movimiento en espiral, ascendiendo de la tierra al cielo y retornando de nuevo a la tierra. Así, se divide de la siguiente manera: 1-3: tierra; 4-5: cielo; 6,1-7,8: tierra; 7,9-17: cielo; 8,1-11,14: tierra; 11,15-19: cielo; 12-14: tierra; 15: cielo; 16-18: tierra; 19: cielo; 20: tierra; 21,1-22,5: cielo y tierra. Además, entrelaza el presente con el futuro, como se evidencia en los pasajes 11,1-13; 12,10-11; 14,8-13; 18,9-24.

* El Apocalipsis se erige como una obra sumamente pensada y estructurada, guiada por ciertos patrones literarios aunque flexibles.

Entre ellos, destaca la repetición de unidades numéricas, las cuales desempeñan un rol crucial. El número preeminente es el siete, que simboliza la plenitud, manifestándose en diversas formas:

* Siete comunidades a las que se dirigen siete cartas (1,4ss).

* Siete espíritus o ángeles (1,4 y 11,15).

* Siete candelabros de oro y siete estrellas (2,1).

* Siete sellos (4,1-8,1).

* Siete cuernos y siete ojos (5,6).

* Siete trompetas (8,7-12; 9,1-21; 11,15-19).

* Siete truenos (10,3).

* Muerte de siete mil personas (11,13).

* Siete cabezas (12,3).

* Siete visiones sobre la llegada del Hijo del hombre (14,1-15,5).

* Siete copas llenas de desgracias (15,5-16,21).

Contrapuesto al siete, aparece el seis, simbolizando la falta de plenitud, como en el caso del número / nombre cifrado de la Bestia 666 (13,18).

Otro número relevante es el cuatro, que denota lo cósmico, manifestándose en:

* La presencia de cuatro seres ante el trono de Dios (4,6).

* Cuatro ángeles en los cuatro extremos de la tierra (7,1).

* Cuatro cuernos del altar celeste y cuatro ángeles atados junto al Éufrates, preparados para asolar la tierra (9,13).

* Las naciones enemigas de Dios congregadas en los cuatro extremos de la tierra (20,8).

Por último, el tres, o la triple repetición, también simboliza la totalidad, como se observa en:

* Los tres ciclos de sellos, trompetas y copas (4,1-8,1 / 8,7-12 / 15,5).

* Tres ayes (8,13).

* Tres batallas escatológicas (12,7 /19,11 / 20,7).

* La destrucción de sólo la tercera parte de la tierra (8,6-9,13).

* La trinidad satánica (Serpiente - Bestia - Pseudoprofeta) que emiten tres espíritus inmundos (16,13).

* El autor anticipa que su obra será leída en una asamblea litúrgica de cristianos. Por eso, entrelaza sus visiones con material litúrgico o himnos, como se observa en los pasajes 4,8.11; 5,9-13; 7,12; 12,10ss; 15,3s; 19,6ss. Estima que la familiaridad con este material impulsará a sus lectores a reflexionar sobre su vida espiritual, proporcionándoles los elementos necesarios para enfrentar sus angustias actuales con la fuerza de la esperanza.

3. Estructura

Como en toda obra que relata visiones, no existe una estructura absolutamente rígida. En el caso del Apocalipsis, esta característica se hace aún más patente porque el autor intercala entre sus propias visiones material recibido de fuera, del acervo de las corrientes apocalípticas de su entorno judío. Este material no son visiones propias, sino de otras obras apocalípticas que el autor intercala entre las suyas.

El Apocalipsis se divide en dos grandes partes, precedidas por un prólogo (1,1-11). La primera parte es el presente (caps. 2-3). La segunda parte (caps. 4-22) representa lo que ocurrirá al fin de los tiempos, el futuro próximo, inmediato: «Escribe lo que has visto: lo que es y lo que va a suceder más tarde» (1,19). Los hechos que describe el autor aparecen en escena varias veces: los mismos acontecimientos se describen hasta en tres ocasiones, pero desde distinta perspectiva, utilizando normalmente a la vez el esquema del siete.

La repetición triple es como la de una composición musical que presenta una obertura, la presentación del tema y luego el desarrollo pleno de éste.

Así, 4,1ss / 5,1ss / 6,1ss son en realidad la misma visión: los ancianos que tienen la función de adorar a Dios aparecen tres veces (4,4 + 4,16 / 11,16-17 / 19,4). Los ciclos de los siete sellos, siete trompetas y siete copas son sustancialmente la misma visión repetida tres veces: 6,1-8,1 son una descripción sumaria de los horrores que van a venir y preparan el Gran Día de la Cólera = los siete sellos. 8,2-11,19 forman una segunda descripción de los mismos horrores y castigos: comienza la Gran Cólera = siete trompetas. 15,1-16,21 constituyen la tercera y definitiva descripción de los mismos espantos de la Gran Cólera = siete copas. Por tanto, los siete sellos, las siete trompetas y las siete copas dibujan los mismos acontecimientos, pero en oleadas sucesivas.

Éste constituye el núcleo central del Apocalipsis. Tras concluir este esquema de triple repetición de los terrores de la Gran Cólera, surge la narración del triunfo, que a su vez representa una reiteración y expansión de temas o pronunciamientos previos.

Por consiguiente, el séptimo sello de 8,1 abarca en su esencia todo lo que sigue a continuación, desde 8,2 hasta 22,5; la caída del Imperio romano (17-18) implica una repetición y extensión de 14,8; la exterminación de otros paganos (19,11-21) es un reflejo y ampliación de 14,9-11; la primera victoria, el reino de mil años y los dos enfrentamientos escatológicos (20), constituyen una reiteración y desarrollo de 7,13-17; 14,1-5 y 15,3-4; mientras que la segunda y definitiva victoria del plan divino (caps. 21 y 22) se presenta como una repetición y expansión de 11,15-19.

Dentro de este plan de repetición cíclica, que en su totalidad forma siete bloques, los capítulos 12-13; 17-19; 20-22 no encajan perfectamente debido a que no siguen el esquema del siete. Como se ha mencionado anteriormente, es probable que provengan de otro material utilizado por el vidente Juan que no se ajustaba a la estructura del septenario. Los capítulos 12-13 (+ 14) + 17-18-19 + 20-22 representan complementos, precisiones y adiciones a lo narrado o preanunciado en los ciclos de los siete sellos (6,1-8,1), siete trompetas (8,2-11,19) y siete copas (15,1-16,21).

4. Contenido

El capítulo 1 establece el contexto literario de lo que vendrá a continuación: lo que sigue es el resultado de una revelación de Jesús (1,1); el visionario saluda a sus lectores, se presenta a sí mismo e introduce el contenido de la primera revelación preparatoria (1,9-20). El autor no oculta su identidad detrás de la figura de un héroe del pasado como Henoc, Adán, Elías, etc. El Apocalipsis no es una obra pseudónima, como prácticamente todas las de este género. Juan habla como inspirado porque el Espíritu o Dios en general (22,6) reside en él. En realidad, es el Espíritu el que habla: «El Espíritu y la Novia [la Iglesia] dicen...» (22,17).

Primera parte: el presente: caps. 2-4.

Esta sección comprende siete epístolas dirigidas a siete congregaciones o comunidades en Asia Menor, presumiblemente cercanas al círculo del autor. No podemos determinar si estas cartas formaban parte de un material preexistente a disposición del escritor o si fueron compuestas específicamente para la redacción final del Apocalipsis.

Las cartas siguen una estructura uniforme:

1. Encargo divino de escribir.

2. Presentación de la divinidad que es la auténtica emisora del mensaje.

3. Mensaje: que incluye la situación de la comunidad y expresiones de aprobación o crítica hacia la misma.

4. Exhortación a escuchar con atención y promesa de victoria para aquellos que atiendan.

El contenido de estas cartas nos permite identificar a los destinatarios y comprender los problemas que enfrentan:

* Enfrentan persecución.

* Algunos han perdido el fervor inicial de su fe

* Existen corrientes heréticas dentro del cristianismo y un riesgo de tolerancia hacia la adoración al Emperador.

El autor, tanto en estas cartas como en la totalidad de la obra, adopta una perspectiva ideológica similar a la del Evangelio de Mateo o a la de la Epístola de Santiago, en contraposición a la corriente paulina. Es un judeocristiano que acepta la Ley y al mismo tiempo cree en la mesianidad de Jesucristo: la Serpiente libra guerra contra los seguidores de la Iglesia «que guardan los mandamientos de Dios [la Ley] y el testimonio de Jesús» (12,17).

Esta Ley es interpretada por Jesús (Evangelio de Mateo), ya que en el Apocalipsis no se hace mención de la necesidad de circuncisión para obtener la salvación. ¿Contra qué se enfrenta el vidente Juan en estas cartas? Probablemente contra una interpretación del cristianismo similar a la de las iglesias paulinas.

Al criticar las «calumnias de los que se llaman judíos [verdadero Israel] pero no lo son» (2,8), afirma claramente su defensa del auténtico judaísmo. También censura la falta de obras, es decir, una relajación en la práctica de ciertas normas de la Ley («Conozco tu conducta... No he encontrado que tus obras sean perfectas a los ojos de mi Dios»: 3,2; cf. también 2,6. 22; 3,8. 15: es necesario retornar a «las obras primeras»).

Reprende enérgicamente a aquellos que van contra Israel («Hay algunos que enseñan la doctrina de Balaán..., es decir, inducir a pecar a los hijos de Israel y participar en festines idólatras y actos de fornicación»: 2,14), es decir, aquellos que adoptan una posición similar a la de los «fuertes» en las comunidades paulinas (cf. cap. 11; 8.3), quienes se permiten tales libertades e incluso actúan en contra de las normas mínimas de adhesión al judaísmo (las leyes noáquicas) impuestas a los gentiles.

En resumen, da la impresión de que la secta de los nicolaítas, contra la cual el autor argumenta (2,6), presenta una teología similar a la de los paulinistas, quienes corren el riesgo real de asemejarse a los paganos, es decir, de aceptar al Imperio romano, que es el gran enemigo de Dios.

Segunda parte: el futuro: capítulos 4-22.

En 4,1-5,14, Dios entrega al Cordero / Jesús (teología similar a Jn 1,36) el libro de los siete sellos que contiene el destino final del mundo. Con este acto, Dios Padre otorga al Cordero el poder de ejecutar sus decretos finales contra los enemigos, los paganos. La visión en 4,1 es paralela a la de 5,1, ambos destacan el poder del Cordero sobre el destino del mundo. Además, 4,1 tiene un paralelo con 11,19, ya que en ambos lugares se indica la apertura de los cielos. Estos versículos introducen pasajes importantes: 4,1 es el preludio de la visión de los siete sellos y las siete trompetas (caps. 6-9, 11,14); mientras que 11,19 marca el inicio de la lucha del Cordero y sus seguidores contra las potencias demoníacas del mundo, la derrota de Babilonia y la gran alegría que se produce en el cielo (19,1-10).

En 4,4 aparecen por primera vez en escena veinticuatro ancianos sentados en tronos delante de Dios, vestidos con ropas blancas y coronas doradas. Su función a lo largo del Apocalipsis es la adoración y alabanza a Dios: 4,10; 11,16-17 y 19,4 (repetición: tres veces). En 5,9 ofrecen a la divinidad como intermediarios las oraciones de los santos. Parecen desempeñar una función sacerdotal o litúrgica, quizás representando al antiguo y al nuevo Israel, o siendo veinticuatro sacerdotes celestiales que corresponden a las veinticuatro clases sacerdotales de 1 Crónicas 24.

En 5,3 y siguientes se afirma que solo el Cordero puede abrir los sellos del libro entregado. Esta visión está inspirada en Ezequiel 2,9: un libro en forma de rollo escrito por ambos lados. La parte exterior no está sellada y es accesible a todos. Los seis primeros sellos (6,1-8,1) revelan la parte exterior del rollo, mientras que la verdadera revelación, sellada, comienza con el séptimo sello: las visiones de 8,2 hasta 22,5. Estas son reveladas por el Cordero a Juan y manifiestan el último acto del drama cósmico, la voluntad inmutable de Dios sobre el fin del mundo y de la historia, anunciada veladamente por los profetas (10,7), pero que ahora se revela en su plenitud.

6,1-8,1: La visión de los siete sellos describe sumariamente lo que luego se detallará en 8,2-14,20 y 15,1-22,5. Por tanto, 6,1-8,1 no representan aún una revelación de la historia universal hasta el fin, sino que es la cara visible, externa, no sellada, no secreta, del libro de 5,1. No será hasta que se rompa el séptimo sello (8,1) que se verá la parte interior, sellada, de ese libro.

Al terminar de abrirse los seis sellos, aparece una visión intermedia (cap. 7) que interrumpe la serie de siete sellos, al igual que 10,1-11,14 interrumpirá la serie de siete trompetas. En esta visión se muestra a los ciento cuarenta y cuatro mil elegidos de Israel y a una gran multitud de ex paganos convertidos a Jesús, quienes han sufrido tribulaciones por su fidelidad a él. Se plantea la pregunta sobre si esta gran tribulación se refiere a la persecución de Nerón o a los fieles que murieron en la guerra judía. Esta visión intermedia parece ser un recurso escénico-literario del autor. Se anuncia por primera vez el triunfo de los cristianos en el cielo, y este triunfo se repetirá posteriormente (cap. 20), según el modelo literario de repetición triple. Por ejemplo, se menciona el triunfo de los ciento cuarenta y cuatro mil tanto en 7,4 como en 14,1-5.

En 8,1 se presenta el séptimo sello, pero no se describe detalladamente su contenido. Esto se debe a que el contenido completo del séptimo sello se despliega en las visiones de 8,2 a 22,5. Se produce un "silencio como de media hora" en el cielo, otro efecto escénico, para señalar la importancia de lo que sigue: desde la máxima angustia hasta el triunfo final. A partir de 8,2 se aborda el contenido sellado e interno del libro mencionado en 5,1, ahora revelado en tres momentos: 8,2-14,20 + 15,1-18,24 + 19,1-22,5.

En 8,2-11,19 se presenta la visión de las siete trompetas. Esta sección sigue una estructura similar a la de las siete visiones de los sellos de 6,1-17 + 8,1. Se describen seis trompetas, seguidas de un intermedio (10,1-11,13), y la séptima no suena hasta 11,14-19. Las seis primeras trompetas, hasta 9,21, anuncian terribles daños sobre la tierra: terremotos, granizo, cataclismos, humaredas, langostas devoradoras, azufre, entre otros. El contenido de la séptima trompeta se desarrolla en las siete plagas de las siete copas, a partir de 15,5, al igual que el séptimo sello se despliega en todo lo que se describe hasta 22,5.

El trasfondo de esta visión se inspira en la descripción de las plagas del Éxodo, que prepararon la liberación del pueblo de Dios del faraón. Las nuevas plagas preparan la liberación de los cristianos del opresor moderno, el Imperio. A pesar de las calamidades, se señala repetidamente que solo una parte de la tierra (un tercio) resulta afectada, lo que prepara el terreno para la descripción de otras plagas en los capítulos 15-16 y la destrucción final de los enemigos de Dios en 17-19: el Imperio y las naciones rebeldes.

En 10,1-11,15 comienza un intermedio escénico y un anuncio de la futura victoria, que culmina con el sonido de la séptima trompeta en 11,15, al igual que 7,1-17 fue un intermedio dramático en la serie de los siete sellos.

Juan reutiliza un texto anterior, reformulándolo según su propósito. Sin embargo, el significado y la aplicación de este escrito previo tanto por el autor original como por el vidente resultan ambiguos.

El texto que parece servir de base al actual hace referencia a dos figuras mesiánicas, posiblemente inspiradas en Zacarías 4,3.14: dos olivos, representando los dos Ungidos, y dos candelabros, simbolizando la luz para Israel.

Estas figuras son asesinadas por la Bestia, que representa el Imperio romano, mientras las tropas paganas ingresan al atrio del Templo sin dañarlo, incluyendo el altar.

Estos eventos podrían corresponder a la violenta represión de la revuelta popular contra Arquelao, hijo de Herodes el Grande, por Quintilio Varo, gobernador de Siria bajo Augusto, en el 4 a.C.

La interpretación del vidente sugiere que estos eventos se relacionan con el asedio de Jerusalén durante dicha represión, donde la medición del Templo (Apocalipsis 11,1-2) simboliza la protección divina. El altar y los que adoran en él representan a los cristianos, salvados de la destrucción, mientras que el patio exterior, no medido, podría referirse al Santuario, profanado por los gentiles pero no destruido.

Es posible también que el autor haga referencia a la destrucción del Templo en el año 70 d.C. Sin embargo, la identidad de los dos testigos mártires es incierta, aunque Apocalipsis 11,6 sugiere que poseen poderes similares a los de Elías y Moisés. En el texto actual, podrían ser contemporáneos al autor, posiblemente los dos Santiagos o Pedro y Pablo, martirizados en diferentes momentos. La resurrección de los testigos después de tres días y medio, similar a la de Jesús pero no tan inmediata, y los "cuarenta y dos meses" (Apocalipsis 11,2) indican un tiempo limitado.

12-13 marcan el inicio del núcleo central del Apocalipsis: el enfrentamiento entre la Serpiente (Dragón o Satanás) y el Cordero (junto con sus seguidores, la Iglesia) en los momentos inmediatamente previos al fin de los tiempos. Estos capítulos son visiones en las que se exponen a los personajes (Serpiente, Bestias, Mesías). Después, en capítulos posteriores, se presentarán las contiendas y la victoria de Jesús.

En 12,1-17, la Serpiente se enfrenta a la Mujer. Esta figura puede representar a Israel, que da a luz al Mesías, o también a la Iglesia y sus seguidores, atacados por Satanás después de que el Mesías haya ascendido a los cielos. El origen mitológico de esta representación femenina se remonta al mito de la diosa, reina de los cielos, común en el antiguo Oriente Medio, unido a la figura femenina de Sión en el Antiguo Testamento. El trasfondo de la lucha se encuentra en Génesis 3: la confrontación entre la Serpiente y la Mujer, junto con su descendencia. La asociación de la Mujer con María surgió más tarde, en la Edad Media (en el catolicismo).

La corona compuesta por doce estrellas simboliza a Israel y sus tribus, pero aquí se refiere al nuevo Israel. La inspiración proviene del sueño de José en Génesis 37,9: "El sol, la luna y once estrellas me adoraban...". En 12,3, los diez cuernos y las siete cabezas con siete diademas se basan en Daniel 7,7, y representan al Emperador y a la ciudad de Roma con sus siete colinas. Apocalipsis 17,9, describe las siete cabezas como siete colinas sobre las que está sentada la gran Ramera = Babilonia = Roma. Las siete cabezas también representan a siete emperadores (19,10), mientras que los diez cuernos representan a diez reyes vasallos (19,12). A pesar de que la propaganda imperial, desde Augusto, comparaba a los emperadores con Apolo, vencedor de la Serpiente de Delfos, en el Apocalipsis, el Emperador es presentado al contrario, como la Serpiente, enemigo de Cristo. Además de Génesis 3, la Serpiente o Dragón estaba asociado en la imaginación judía a Leviatán, "serpiente tortuosa, monstruo que está en el mar" de Isaías 27,1.

En 12,5: Nacimiento del Mesías. No se refiere al nacimiento físico, sino a su muerte redentora, en la cual "nace" o es constituido verdaderamente Mesías, como se dice en Hechos 2,34 y 13,33. En la muerte-resurrección de Jesús es cuando Dios pronuncia las frases "Yo te he engendrado hoy" y "Siéntate a mi diestra" (Salmo 2,7 y 110,1), y constituye a Jesús señor y Mesías. Entonces es "arrebatado hasta Dios y su trono". Los dolores de parto del Mesías corresponden a una tradición judía: la mala y dolorosa situación del universo que el Mesías recién nacido viene a corregir. Entonces se producirá la restauración de Israel (y de los fieles al Mesías).

13,1-18: las dos Bestias.

a) 13,1-10: La Bestia del mar, el Anticristo. Este pasaje desarrolla el tema mítico de la lucha entre la Serpiente y los descendientes de la Mujer del capítulo 12. La primera bestia del capítulo 13 es una criatura del Dragón o Serpiente (13,4) y representa simbólicamente al Imperio, que ejerce "poder sobre toda raza, pueblo, lengua y nación" (13,7). Este capítulo se inspira principalmente en Daniel 7 y 13. La bestia combina los elementos de los cuatro animales de Daniel 7,3. Esta Bestia no refleja los rasgos de un emperador específico, sino más bien las características imaginarias de la figura demoníaca del "Nerón resucitado" (cf. 13,3: herido de muerte pero curado:

Nerón muere pero resucita en Domiciano para perseguir a los cristianos). El Imperio romano es el antagonista de Dios, y la confrontación entre ambos señala el clímax de la historia y el principio del fin. La adoración al Emperador o Anticristo, es decir, someterse a las demandas del Imperio, representa el mal escatológico.

b) 13,11-18: La Bestia de la tierra. Esta segunda criatura, que habla mucho, luego es identificada como el falso profeta en 16,13. La presencia abundante de profetas falsos en general es un indicio del fin: Marcos 13,22. El Pseudoprofeta promueve el culto al Emperador y al Imperio, en contraposición al culto a Cristo.

En 13,18 se presenta el número cifrado de la Bestia, 666. Aunque la mayoría de los investigadores argumentan que el 666 podría haber sido una corrección posterior o una variante menos precisa del numero 616.

Los argumentos a favor de la interpretación del número de la bestia como 616 se basan principalmente en evidencia textual y en el estudio de los manuscritos antiguos del Libro del Apocalipsis. Aquí hay algunos de los argumentos que respaldan esta tesis:

1. Manuscritos mas antiguos: Algunos de los manuscritos más antiguos del Apocalipsis, incluidos algunos fragmentos del Papiro 115 (P115), muestran el número de la bestia como 616 en lugar de 666. Estos manuscritos son importantes para los eruditos porque son más antiguos y pueden reflejar versiones más cercanas al original del libro.

2. Variantes textuales: La variante "616" puede considerarse una lectura más plausible desde el punto de vista del contexto histórico y lingüístico. Por ejemplo, la forma hebrea del nombre de Nerón, נרו קסר (Neron Caesar), sumaría 616 en gematría hebrea.

Nerón, נרו קסר (Neron Caesar):

 

נ (Nun) = 50

 

ר (Resh) = 200

 

ו (Vav) = 6

 

ק (Qof) = 100

 

ס (Samekh) = 60

 

ר (Resh) = 200

 

Sumando estos valores, obtenemos:

 

50 + 200 + 6 + 100 + 60 + 200 = 616

 

Por lo tanto, en gematría hebrea, la forma hebrea del nombre

 

de Nerón, נרו קסר (Neron Caesar), sumaría 616.

3. Coincidencia con inscripciones antiguas: Se ha encontrado evidencia de inscripciones antiguas en la que se menciona a Nerón y donde su nombre se escribe de formas que suman 616 en gematría. Esto sugiere que la cifra 616 podría haber sido una referencia conocida para identificar a Nerón en ciertos contextos.

4. Consistencia con el contexto: En algunos contextos históricos, 616 se ajustaría mejor a las prácticas de numeración del periodo en que se escribió el Apocalipsis. Además, como ya hemos comentado algunos argumentan que 666 podría haber sido una corrección posterior o una variante menos precisa.

En resumen, los argumentos a favor de la interpretación del número de la bestia como 616 se centran en evidencia textual y lingüística, así como en la coherencia histórica y cultural con el período en que se escribió el Apocalipsis. Sin embargo, es importante destacar que esta interpretación sigue siendo objeto de debate entre los estudiosos del Nuevo Testamento.

14,1-20 + 15,5: Esta sección consta de siete visiones sobre la llegada del Hijo del hombre, cuyos comienzos están en 14,1 / 14,6 / 14,8 / 14,14 / 14,17 / 15,1 y 15,5. Estas siete visiones anuncian de antemano lo que va a ocurrir, y luego se describirá con más detalle, conectando directamente con la visión de las siete plagas en las siete copas que comienza en 15,5. En este versículo comienza la séptima visión que se amplía en las siete copas que contienen las siete plagas (15,5-16,20). Como ya sabemos, estas visiones se corresponden con las de los siete sellos y las siete trompetas.

16,2-21: Las siete copas con las siete plagas. Estas visiones se relacionan con el tiempo actual del vidente: las copas / plagas pronto caerán sobre aquellos que adoran a la Bestia y llevan su marca (16,2).

16,13 + 19,20 + 20,10: Estos pasajes hacen referencia al falso profeta que aparece como la Segunda Bestia en 13,11ss. Este profeta puede no ser una persona específica, sino más bien una alusión a la clase sacerdotal pagana de ciertas ciudades de Asia Menor que demandaban fervientemente el culto al Emperador. En 16,13 se presenta una trinidad satánica: Diablo-Serpiente + Bestia-Anticristo + Segunda Bestia-Pseudoprofeta.

17,1-19,10: La caída de Babilonia / Roma. Es un juicio contra Roma y su castigo. Roma es denominada una "célebre ramera" porque es la principal idólatra. Juan sigue la tradición de los profetas del Antiguo Testamento al equiparar a Roma con Tiro, Babilonia y Nínive, grandes y ricas ciudades idólatras. En Oseas 1,2, Isaías 23,16 y Ezequiel 16,15-16; 23,13, etc., la idolatría se compara con la infidelidad conyugal. La ciudad idólatra es una "prostituta"; sus seguidores son "fornicarios". La Bestia "era, ya no es, pero reaparecerá": el Imperio existió durante mucho tiempo, ya no existe porque está siendo derrotado; reaparecerá para luchar contra Dios en la primera batalla escatológica: "Vi entonces a la Bestia y a los reyes de la tierra con sus ejércitos" (19,19).

17,9-11 son versículos difíciles de interpretar, pero cruciales para datar el Apocalipsis. Tentativamente, se puede proponer lo siguiente: los "reyes son siete": Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón, Vespasiano, Tito (no se incluyen los tres emperadores que gobernaron muy brevemente, Galba, Otón y Vitelio, entre Nerón y Vespasiano). "Cinco han caído": cinco han muerto: Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón. "Uno es": Vespasiano (69-79). Aunque también ha muerto, "es" porque su dinastía, los emperadores flavios, continúa con sus hijos: Tito y Domiciano. "El otro no ha llegado aún. Cuando llegue, habrá de durar poco": el reinado de Tito (79-81).

Juan hace aquí una profecía ex eventu, ya que sabe que el reinado de Tito fue breve: apenas tres años. "La Bestia que era y ya no es, hace el octavo, pero es uno de los siete y camina hacia su destrucción": Domiciano (81-96). Se le llama "la Bestia" porque representa al Imperio actual: se autoproclamó Dios y exigió adoración; "ya no es" porque está siendo derrotado; "hace el octavo" en la lista porque está gobernando en ese momento, y "camina hacia su destrucción" porque, según el autor, en su reinado tendrá lugar el fin del mundo, descrito en los capítulos 17-19; es "uno de los siete" porque encarna el espíritu malvado de Nerón. Es el "Nerón resucitado" que persigue de nuevo a los cristianos.

18,1-24: Caída de Babilonia. El "presente profético" ya retrata a Babilonia como derrotada, aunque aún no lo esté. Por eso, los diferentes estratos que colaboraron con el Imperio lloran su ruina. Es como un coro con diversas voces: reyes vasallos, mercaderes, transportistas de bienes entonan lamentaciones. El poder económico del Imperio se utilizó para presionar a los cristianos a alejarse de Dios. El tono vengativo que se desprende de estos versículos sigue siendo un problema teológico para ciertas confesiones cristianas, como también se evidencia en 6,10 y en 19,1-10.

19,1-10: Alegría en el cielo por la destrucción del Imperio, enemigo de Dios y del Cordero. El escenario es dual: en la tierra hay lamentos, pero en el cielo hay un coro jubiloso. 19,7-9: el tema del matrimonio entre Dios e Israel es característico de Oseas 2,1-25. (en contraposición) En Apocalipsis 12,6, la mujer, el verdadero Israel, la Iglesia, es tanto madre del Mesías como su esposa: se celebra las bodas del Cordero.

19,11-21: Primer combate escatológico. La batalla del Mesías. Victoria sobre el falso profeta y los reyes de la tierra. Es el gran día de Yahvé contra los paganos, en línea con toda la tradición del Antiguo Testamento que anhela la restauración de Israel. El triunfo ya había sido anticipado en 14,1-15,4 y en 17,12-14.

20,1-3: Victoria sobre la Serpiente: el reino de los mil años. De la tríada de bestias solo queda la gran Serpiente (Satanás). Un ángel, probablemente Miguel, lucha contra ella y la encadena. El reino de los mil años (20,4-6) había sido ya anunciado de forma velada en 5,10. Esta concepción del "milenio" también se encuentra en otras obras judías como en Isaías 65:17-25. Y en otras más o menos contemporáneas al Apocalipsis, como IV Esdras 7,28 (cuatrocientos años) y en el Apocalipsis siríaco de Baruc 29,4 (un tiempo indefinido). El milenarismo ha sido una cuestión problemática para la Iglesia, que finalmente no lo ha incorporado en su doctrina y lo ha interpretado solo simbólicamente: los "mil años" representan el tiempo que transcurre entre el fin de las persecuciones en el Imperio romano y el juicio final. Milenio = reino de Dios.

20,4-6.12-15: La doble resurrección combina dos ideas judías: la resurrección solo de los justos (cf. Apocalipsis 19,21) junto con la noción posterior de una resurrección general de los muertos: los justos para el premio y los malvados para el castigo. En la primera resurrección solo resucitan los mártires. Los demás muertos en Cristo no revivirán hasta después de esos mil años.

20,7-10: Segundo combate escatológico después del milenio. Se supone que, aparte del reino de Dios, siguen existiendo otras naciones de paganos en la tierra. Después de mil años, Satanás es liberado y reúne a estas naciones. Gog, rey de la tierra de Magog (tomado de Ezequiel 38-39), simboliza a los paganos que han vivido apartados del milenio. Estos no se arrepienten y atacan a los seguidores del Cordero. Su destino final es la aniquilación: "Bajó fuego del cielo y los devoró". El Diablo, la Bestia y el falso profeta son condenados al infierno por toda la eternidad.

20,11-15: Juicio universal con la resurrección de los muertos. Los seguidores del Cordero están inscritos en el libro de la vida y reciben su recompensa de inmediato. Los incrédulos son mencionados en 21,8 y en 9,21, y todos ellos son arrojados al infierno: el lago de fuego y azufre (20,15 y 21,8).

21,1-22,5: El nuevo cielo y la tierra nueva. La futura Jerusalén mesiánica. El mundo nuevo consiste en un cielo nuevo y una tierra nueva. La idea se asemeja a la de Pablo en Romanos 8,19: toda la creación participa en la liberación de los hijos de Dios, redimidos por el sacrificio de Cristo, y es completamente renovada. Tras esta descripción de un mundo renovado, sigue presente el antiguo mesianismo israelita que siempre ha situado el paraíso del mesías en esta tierra: la ciudad santa, la nueva Jerusalén, el paraíso de los justos, desciende del cielo a la tierra (21,2.10). La Jerusalén celestial es el contrapunto de la malvada Roma. Las bendiciones para los justos en este mundo futuro son asombrosas: Dios mora en medio de ellos (21,3) y serán hijos de Dios (21,7); no habrá más sufrimiento (21,4); será un reino de luz, sin ninguna oscuridad (21,23; 22,5).

21,9-22,5: La Jerusalén mesiánica. Muchos de los rasgos con los que el vidente describe la Jerusalén mesiánica son tradicionales (cf. la novela de José y Asenet: AAT 2III 259-327). En el mundo nuevo, ya no existe la tiranía del tiempo: no hay sol ni luna, que marquen y señalen. Tampoco hay mar (símbolo del caos y de las fuerzas hostiles a Dios) ni Templo. La ausencia de un santuario en la nueva Jerusalén es polémica y está dirigida contra la función del templo en el antiguo Israel. Con el sacrificio redentor de Cristo ya cumplido, no se necesita ningún templo terrenal más (Hebreos 8-10). 21,24-25: La futura Jerusalén cumple todas las expectativas de la restauración judía: las naciones caminarán a su luz y los tesoros de los gentiles vendrán a ella (Isaías 60,3.9).

22,6-21 es la conclusión de la obra: las visiones son auténticas. El autor se declara profeta. Siguiendo la tradición apocalíptica desde el profeta Zacarías, Juan también afirma que un ángel le ha asistido como ayuda e intérprete para transmitir sus oráculos. A diferencia de otros apocalípticos, el autor no intenta mantener ningún secreto: no sella su libro. Para participar en los bienes finales, no se requiere ningún conocimiento especial, solo ser cristiano: "El que tenga sed que se acerque y el que quiera recibirá gratuitamente agua de vida" (22,17). "El tiempo está cerca" enfatiza la afirmación de 2,6: "Dios ha enviado a su ángel para manifestar lo que ha de suceder pronto": el fin del mundo es inminente (1,1; 3,11; 16,15).

5. ¿Es el Apocalipsis un libro auténtico de visiones personales?

El autor del Apocalipsis afirma expresamente al inicio de su libro que este es el resultado plasmado por escrito de una revelación personal (1,1). A lo largo de la obra, repite frases como "Caí en éxtasis" (1,10), "Vi" (5,1; 8,2; 10,1; 14,1, etc.). Todo el libro parece impregnado de una atmósfera de autenticidad y participación personal en lo que se describe.

Sin embargo, esta impresión se tambalea cuando se considera que gran parte del libro está compuesta utilizando textos escritos anteriormente. El lenguaje, las alusiones y las expresiones, aunque nunca una cita explícita, del Antiguo Testamento se encuentran en toda la obra.

Es evidente que el autor se inspira en la Escritura sagrada, especialmente en los libros del Éxodo, Daniel, Ezequiel, Isaías y Zacarías, no solo para la expresión literaria, sino también para el contenido mismo de sus visiones, que a menudo repiten casi al pie de la letra algunas de las visiones de esos profetas anteriores. Los análisis literarios también revelan que el autor del Apocalipsis utiliza otros textos apocalípticos previos que no forman parte de la Escritura y los incorpora a su libro. Se ha señalado que los pasajes siguientes tienen como base escritos apocalípticos anteriores al autor: 7,1-12; 11,1-14; 12,1-18 + 13,1-18; 17,1-17; 20,1-22,5. La extensión de estos pasajes en el Apocalipsis es notable.

Además, el Apocalipsis se presenta como una obra de estructura bastante bien planificada y cuidadosa. Al unir estos hechos, se llega a una conclusión inevitable: es posible que el autor haya experimentado auténticas visiones como base o inspiración para lo que escribe, pero el resultado final, el escrito presentado para su lectura litúrgica, es un producto netamente literario y artificial, compuesto en la soledad de un escritorio de autor. El autor intentó crear una obra con una estructura basada principalmente en los números siete, cuatro y tres, pero el uso de materiales previos no le permitió un ajuste perfecto. A pesar de este defecto, el Apocalipsis está muy bien logrado literariamente y recoge, asimila y presenta renovadamente a sus lectores una tradición literaria de revelaciones antigua en el judaísmo.

6. Intención del libro y su interpretación

La intención del Apocalipsis es brindar consuelo a sus lectores cristianos. La comunidad en la que vive su autor se siente angustiada: ha sufrido persecuciones por parte de las autoridades y teme que en un futuro cercano enfrentará aún más y peores. Aunque el opresor, el Imperio, parezca triunfar momentáneamente y la persecución se intensifique, el autor quiere recordarles que esto es solo una ilusión de éxito. El fin de la historia, establecido por Dios desde el principio de los tiempos, está cerca. Esta idea les ayuda a mantenerse fieles hasta el final y a esperar la recompensa prometida.

El autor realmente pretende ofrecer una profecía sobre el fin del mundo, pero estaba firmemente convencido de que este acontecimiento ocurriría durante su generación: el fin es inminente. El libro enfatiza explícitamente la contemporaneidad de sus lectores (1,9: "vuestro compañero en la tribulación"), enviándoles cartas sobre el estado actual de sus comunidades (capítulos 2-3) e insistiendo en que su libro no es un secreto (22,10), sino una especie de carta que debe ser leída en público (1,4; 22,18) en el presente.

No era la intención del autor ofrecer un modelo atemporal del fin del mundo para que las generaciones futuras que leyeran su obra pudieran interpretar los eventos de su propia época y predecir exactamente el final. Es crucial entender que esta actitud no es viable según los estándares del libro. Como sucedió con otras profecías, la del Apocalipsis no se cumplió. Aquellos que intentan entenderlo en la actualidad deben tener en cuenta este hecho y leer la obra como lo que es: una representación del fin del mundo destinada a los lectores del final del siglo I de nuestra era, y no para los posteriores. Fue una obra completamente contextualizada, influenciada por las circunstancias y el pensamiento de su época.

La Iglesia, al santificar el Apocalipsis y agregarlo a la lista de libros sagrados, se vio en la necesidad de interpretarlo de manera aún más simbólica de lo que quizás pretendía el autor original. Para la Iglesia, la revelación contenida en el Apocalipsis se considera atemporal y se reduce a unas pocas líneas generales: en el momento del fin, que es impredecible según los datos del libro, habrá mucha gente que aún no se haya convertido a Jesús.

En un último esfuerzo, el Salvador intentará convencerlos mediante castigos y cataclismos casi desesperados. Sin embargo, al no lograrlo, se llevará a cabo el juicio universal. Los justos serán recompensados con el paraíso, donde experimentarán una felicidad sin límites, mientras que los malvados serán castigados.

7. Autor

El autor del Apocalipsis, a diferencia de otras obras apocalípticas contemporáneas o anteriores, no oculta su identidad. No busca atribuir su obra a un profeta del pasado. En el cristianismo primitivo, los profetas desempeñaban un papel crucial en la comunidad, y Juan se presenta como uno de ellos, proclamando que habla a través del Espíritu de Jesús y en nombre del propio Jesús.

Sin embargo, ¿quién es este Juan? En realidad, conocemos muy poco sobre él aparte de su nombre y su contexto en Asia Menor. Aunque en su tiempo pudo haber sido una figura conocida, parece que su identidad se entendía simplemente por su nombre. La tradición posterior ha sugerido que este Juan es uno de los doce apóstoles de Jesús, el hijo de Zebedeo y el autor del Evangelio de Juan. Sin embargo, esta afirmación es problemática por varias razones:

* Juan, el hijo de Zebedeo, fue martirizado en los años 40 de nuestra era. El Apocalipsis indica con cierta precisión que fue escrito durante el reinado del octavo emperador del Imperio (17,10), o en todo caso durante el reinado del sexto, lo que nos lleva más allá de los años 40 del siglo I.

* Una vez descartado este Juan, nos queda el autor del Cuarto Evangelio, comúnmente conocido como Juan. ¿Proviene el Apocalipsis y el Cuarto Evangelio de la misma pluma? La respuesta es negativa.

Desde mediados del siglo III, algunos Padres de la Iglesia, específicamente Dionisio de Alejandría, notaron que, a pesar de ser ambos autores cristianos, el lenguaje y las ideas del Apocalipsis difieren significativamente del lenguaje y el mundo conceptual del Cuarto Evangelio.

Los análisis más modernos, desde el siglo XIX, han confirmado esta disparidad: la lengua y la teología son muy distintas. Sería completamente improbable que un mismo autor empleara un modo de expresión y tuviera ideas tan divergentes.

Además, a diferencia del autor del Cuarto Evangelio, el Apocalipsis no presenta a su escritor como testigo ocular o apóstol de Jesús. Por el contrario, los apóstoles son considerados por el Juan del texto como una entidad gloriosa del pasado cristiano (18,20; 21,14), a la cual él no pertenece.

* El Juan del Apocalipsis tampoco es el autor de las Epístolas johánicas. El argumento convincente radica en la marcada diversidad de lenguaje y conceptos teológicos.

* No existen argumentos sólidos para identificar al Juan de Patmos con el "presbítero Juan", un personaje cristiano importante de Asia Menor mencionado por un antiguo escritor cristiano, Papías de Hierápolis, en un fragmento registrado por Eusebio de Cesarea (Historia Eclesiástica III 39,4). Al parecer, este presbítero era de origen griego, mientras que el autor del Apocalipsis parece ser un judeocristiano alguien cuya lengua materna era el arameo o el hebreo, como se infiere claramente de la obra misma.

Descartados estos parentescos no nos queda más que afirmar lo que decíamos al principio: conocemos el nombre del autor y su ámbito de residencia, pero nada más. Probablemente el escritor era un judeocristiano nacido en Palestina, que conocía de memoria el Antiguo Testamento y otras obras apocalípticas, que emigró a Asia Menor, probablemente debido a las convulsiones políticas y guerreras de la revolución judía contra Roma durante los años 66-70. En estos acontecimientos creyó ver el inicio del fin.

8. Fecha de composición

No es sencillo determinar este punto precisamente debido a la utilización por parte del autor de materiales previos. Hay secciones, especialmente parte del capítulo 11, que parecen haber sido redactadas durante o poco después del reinado del emperador Nerón (54-68), ya que podrían ser una referencia a la guerra judía del 66-70. Sin embargo, en su conjunto, la obra parece ser un poco más tardía. La tradición de la Iglesia, desde Ireneo de Lyon (Adv. Haer. V 30,3), indica que el Apocalipsis se escribió durante el reinado de Domiciano. Para situar temporalmente la composición del Apocalipsis, son útiles las siguientes consideraciones:

a) La obra debe ser posterior al año 70 debido a las alusiones, ya mencionadas, a la guerra judía que terminó en ese año.

b) El autor presupone un período de persecuciones en Asia Menor (1,9; 6,9-11; 11,1ss; 13,1ss, etc.). No puede ser la época de Nerón, ya que su persecución anticristiana se limitó a la ciudad de Roma.

c) Hay un aumento en la demanda de rendir culto al Emperador, y aquellos que no cumplen con esta obligación cívica están en grave peligro.

d) Durante el reinado de Domiciano, comenzó a tomar forma la posibilidad real de que los gobernadores provinciales persiguieran por su cuenta a aquellos que no profesaban la religión tradicional del Imperio, ya que esto estaba en línea con la política imperial y complacía al Emperador. Por lo tanto, el conjunto de circunstancias del Apocalipsis se ajusta mejor a la época de Domiciano (81-96) que a la de cualquier otro emperador.

Sin embargo, la historiografía contemporánea, tras una minuciosa evaluación de las fuentes disponibles, indica que durante el reinado de Domiciano no se llevó a cabo una persecución generalizada contra los cristianos ni contra ninguna otra religión. Ante esta realidad innegable, solo queda una explicación plausible que concilie esta observación con los puntos anteriores: es factible que, con el propósito de lograr un efecto literario más impactante, el autor del Apocalipsis, quien escribió durante la época de Domiciano, haya exagerado ligeramente el clima de persecución o haya proyectado en el presente lo que él esperaba en un futuro cercano.

EL NUEVO TESTAMENTO Y LAS RELACIONES CON EL ESTADO

Este es un dilema candente dentro del cristianismo primitivo que el Apocalipsis ha abordado con total franqueza, generando una diversidad de respuestas en el Nuevo Testamento que no siempre concuerdan entre sí. Veamos un breve panorama al respecto.

La postura de Jesús hacia las relaciones con el Estado, tal como se refleja en los registros más antiguos de los evangelios, parece ser considerablemente diferente del Cristo pacífico y universalista presentado en otros relatos evangélicos.

Desde la perspectiva de un Jesús que proclama la llegada del reino de Dios en un contexto de nacionalismo teocrático, insatisfecho con la situación social de su país —aunque él mismo careciera de intereses políticos directos, a pesar de su entrada mesiánica en Jerusalén—, podemos inferir claramente cuál fue su postura frente al Imperio romano y su vida cultural, política y económica:

Un mínimo o nulo aprecio, un rechazo evidente, y un antagonismo que lo llevó incluso a enfrentarse con las autoridades romanas hasta su propia muerte a manos de un gobernador romano.

La postura de la comunidad primitiva judeocristiana apenas variaba en relación con la de Jesús respecto al desafío de sus vínculos con un Estado impuesto por los romanos. Su profundo respeto por el Templo, su arraigada perspectiva religiosa judía y la conducta de sus líderes, como Santiago, quien incluso era llamado "el Justo" tanto por cristianos como por no cristianos debido a su estricta observancia de la Ley, sugieren que no hubo cambios significativos en su posición hacia el Estado. Esto también se aplica al grupo que compiló la fuente Q.

El Apocalipsis refleja un panorama similar, siendo un claro exponente de la tendencia judeocristiana dentro del cristianismo. El autor insta a sus lectores a no participar en la vida del Imperio, equiparando la situación de los cristianos con la del antiguo pueblo de Israel bajo el yugo opresivo de asirios, caldeos y seléucidas. Para el autor, Domiciano representaba la reencarnación infame de Nerón, Roma era la gran prostituta y el Imperio, la Bestia, configurándose como el enemigo por excelencia, el anticristo, bajo la influencia de Satanás.

Por lo tanto, se promovía la resistencia y la negativa a participar incluso en la estructura económica del Imperio (Apocalipsis 13:17), llegando incluso a aceptar la muerte en lugar de colaborar y adorar a la Bestia. El deseo ferviente de estos primeros cristianos era la caída del Imperio y del mundo presente, para que así pudiera establecerse finalmente el reino de Dios, dando lugar a la nueva Jerusalén en un nuevo cielo y una nueva tierra (Apocalipsis 19-22). Es difícil encontrar una postura más confrontacional y hostil hacia la estructura del Imperio romano.

Otro panorama completamente distinto se presenta en la comunidad helenística, especialmente la paulina. Como ya hemos señalado en capítulos anteriores, una de las contribuciones de Pablo fue introducir en el cristianismo, apoyado en concepciones de corte gnóstico, un sentido radicalmente espiritualista y ultraterreno.

La sabiduría que él proclamaba "no era de este mundo" (1 Corintios 2:6), sino un misterio oculto que Dios había predestinado antes de los siglos. El mundo material se considera malo, pues está caído y sometido a las potestades demoníacas; el ser humano solo puede salvarse mediante la acción interna del Espíritu. Esta desvalorización absoluta de lo material en la vida humana conlleva un profundo pesimismo respecto a la condición del ser humano en este mundo: es un transeúnte en un mundo predominantemente satánico, un forastero en una cultura y un orden social intrínsecamente carentes de valor.

Esta desvalorización radical del mundo servirá de fundamento para una visión de la política o de la participación en la vida del Estado como algo ajeno, y también sustentará una actitud de escapismo interno, completamente conformista. Esta actitud se manifiesta primero en el ámbito social, donde Pablo aconseja una resignación absoluta ante las estructuras vigentes en el Imperio, como por ejemplo, la esclavitud, que nunca cuestiona.

En esta perspectiva se comprende que Pablo establezca el principio de obediencia casi incondicional al orden y al poder civil establecido: se trata de mostrar una aceptación conformista de la realidad mundana, reflejada aparentemente en una sumisión dócil y total al Estado, aunque en realidad sea más bien una indiferencia producto de la falta de interés.

Y en contraposición del mismo Jesús de Nazaret, dice: "Sométanse todos a las autoridades establecidas, porque no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen han sido establecidas por Dios. Por lo tanto, el que se opone a la autoridad, se rebela contra el orden establecido por Dios, y los rebeldes atraerán sobre sí mismos la condenación", declara Pablo de Tarso en Romanos 13:1-2.

Para las autoridades romanas, los discípulos de Pablo eran considerados sujetos ideales, todo lo contrario a lo que fueron Jesús y sus seguidores más cercanos, quienes carecían de sumisión ante el Imperio. Aunque parecían extraordinariamente sumisos, en realidad carecían de un verdadero impulso interior para participar activamente en la vida del Imperio.

La literatura postpaulina, siguiendo los pasos del Apóstol, comparte las mismas ideas que él. Las Epístolas Pastorales también predicaban la aceptación de los principios de sumisión y obediencia a las autoridades. En la Carta a Tito, leemos: "Amonéstales que vivan sumisos a los magistrados y a las autoridades, que les obedezcan y estén prestos para toda obra buena" (Tito 3:1).

La segunda y tercera generación de seguidores de Pablo consolidaron esta actitud social y política hacia el Imperio, que con el tiempo, a lo largo de los siglos III y IV, se convirtió en un cuerpo doctrinal sólido.

Por ejemplo, el autor de la Primera Epístola de Pedro, posiblemente un discípulo de Pablo, al fortalecer a sus lectores ante la dureza de los tiempos de persecución, desalentaba cualquier intento de resistencia activa. El autor exhortaba sin ambigüedades a una estricta sumisión al emperador y sus gobernantes: "Por amor del Señor, estad sujetos a toda institución humana; ya al emperador como soberano; ya los gobernadores como delegados suyos... tal es la voluntad de Dios" (1 Pedro 2:13-15).

Así, a lo largo de los diferentes estratos del cristianismo del primer siglo, tal como se muestra en el Nuevo Testamento, se observa una evolución muy rápida en cuanto a las relaciones con el Estado, representado por el Imperio romano. En Pablo y en la literatura postpaulina se establecen los fundamentos de la ideología conservadora del Nuevo Testamento gracias a su sistema de apoyo, ya sea directo o indirecto, a los poderes establecidos. Con el paso del tiempo, y a medida que la expectativa de la venida del Mesías se aleja definitivamente del horizonte inmediato, este cambio se vuelve más evidente.

Inicialmente, el grupo de seguidores de Jesús era radicalmente antagonista hacia todo lo romano. Sin embargo, en el transcurso de tres siglos, la religión cristiana pasaría a convertirse en la base y el sustento del Imperio Romano.